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Les coses senzilles

Caníbales

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Don Fernando Rubió Tudurí me contó una vez que en uno de sus viajes de cacería por África había tenido ocasión de conocer a un caníbal. No sé en qué idioma se entenderían, ni qué atuendo llevaría el susodicho caníbal, aunque creo recordar que me dijo que era un hombre muy alto y fibroso, de tez negra, pulida como el ébano, con una barba ensortijada que le llegaba hasta el pecho. Pero lo que me quedó grabado del comentario de don Fernando es que el caníbal le dijo que no había comido nada tan suculento como un recién nacido, untado de manteca y asado al calor de unas buenas brasas. Da repelús, ¿verdad? Y sin embargo es lo que hacemos nosotros, salvando las distancias, con los cachorros de cerdo o de cabrito recién nacido. Los restaurantes lo anuncian en sus pizarras de menú con tizas de colores en castellano y en inglés: «Lechón asado o roasted suckling piglet». Fíjense que «lechón» o «lechona» viene de leche, y que sukcling baby significa bebé lactante. ¿Se imaginan un mundo de caníbales con pizarras para turistas anunciando bebés asados? En cierta medida los seres humanos hemos llegado a la entronización de la crueldad, que en las cosas de comer se manifiesta en esta clase de sibaritismos: bebés de animales que criamos en granjas para la explotación comercial de sus cuerpos, pollos que pasan su corta vida encerrados en jaulas individuales para el engorde, vacas lecheras con unas ubres morrocotudas a las que concedemos un premio por su desmesurada producción, que inseminamos de forma artificial y se pasan la vida pastando con un letrero clavado en la oreja. Etcétera. No resulta muy tranquilizador pararnos a pensarlo. Países como Vietnam, donde la carne de perro es considerada una delicia, o como la civilizada Suiza, donde lo más apetecido es la carne de los rottweiler. Países como Hawái, donde se comen a los gatos, o como Corea del Sur y Tahití, donde se consumen perros y gatos, o como China, donde los perros son cocinados vivos. O como Siberia, Alaska y Canadá, donde los perros se comen en épocas de escasez, como solían hacer los esquimales.

Parece que los seres humanos no seamos conscientes de que debemos conservar y proteger a los animales de nuestro planeta, empezando por nosotros mismos, puesto que nos matamos en guerras atroces por un quítame allá esas pajas y ni siquiera somos capaces de acoger a los refugiados de las masacres que organizamos con nuestra intransigencia y nuestras propias armas, las que nosotros mismos les vendemos.

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