Esta campaña electoral está pasando a nivel local con más pena que gloria. No solo los sufridos ciudadanos, sino incluso algunos candidatos parecen aburrirse en estas elecciones prorrogadas. Los debates, el formato de moda, son numerosos y poco interesantes. Cansinamente repetitivos. No deja de sorprender la capacidad de absorción de los candidatos locales de las consignas que salen de la boca de sus líderes. No solo las frases hechas cansan al votante más inocente, sino las ideas de los otros en boca propia provocan alergia a la confianza. Falta imaginación, independencia, valentía, convencimiento. Lo auténtico se diluye en el marasmo de la ideología y de la estrategia.
Además la coincidencia de la mayoría de las encuestas hace que algunos afirmen que todo el pescado está vendido, es decir que el sorpasso de Unidos Podemos al PSOE está garantizado y también que el PP gana las elecciones lejos de la mayoría absoluta. El oficio de moda es el de cocinero, también el que trabaja en la cocina de las encuestas. Si ante el 20-D el margen de error fue más amplio por la novedad de Podemos y Ciudadanos, ahora con el recuerdo de voto tan reciente aseguran que los posibilidades de equivocar el pronóstico son mínimas.
El futuro que pronostican muestra de nuevo el puzzle sin garantía de gobierno. La campaña está sirviendo para poner más barreras, más condiciones a los posibles pactos. Muy pocos cambios se perciben entre los cuatro principales partidos. Solo quizás la promesa de que no habrá terceras elecciones.
Quizás lo mejor sería que Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera vinieran a las fiestas de Sant Joan, se hicieran un poco amigos, se pusieran de acuerdo en algo pequeño y así endevinarien s'ensortilla, que siempre es mejor que dedicarse a romper la carota del rival.