Algunos cruceros privados de alto standing han decidido prolongar la diversión y ofrecer en las playas máximo relax, ocupando un considerable espacio público. No solo ha ocurrido aquí, en playas naturales como las de Cavalleria, sino que este tipo de caterings, eventos o llamémosle simplemente despliegue ostentoso, ya han echado el ancla en otras calas de Balears. Por cierto, en Formentera el Consell ha tomado cartas en el asunto y les ha hecho levantar el campamento. Digo ostentación porque no me puedo imaginar qué otra cosa buscan los que navegan en un yate de 695.000 euros a la semana cuando descienden a rebozarse de arena, aunque tengan tumbonas, y a nadar con flotadores gigantes, pasando del lujo a lo hortera. La frontera es frágil, ya lo sabemos.
Porque tienen todo tipo de artilugios y placeres para disfrutar a bordo y en el agua, cuentan con la discreción de no ser vistos, el mar para ellos solos..., pero ¿prefieren oler el aceite de coco de la toalla de al lado? ¿No hay algo insano en necesitar de la mirada de los demás para reafirmarte en lo que posees?
Sobre los permisos: mientras hay empresas que quieren organizar una boda, en cualquier rincón de una playa, y necesitan tramitar autorización y pagar una tasa, los megayates llegan, ocupan, se van y que se sepa no han pagado por una concesión, como las empresas playeras. Y no, no considero lo mismo llegar con el botellín de agua congelada en la mochila a llegar con un cargamento en una carretilla y ponerme a vender. Ni es igual poner una toalla que plantar 15 tumbonas en primera línea sin dejar espacio para los demás, y menos cuando hay un negocio de por medio. Es muy difícil controlar todo el litoral, pero aún lo es más frenar el exhibicionismo del dinero.