Hay momentos, situaciones, vivencias que te arañan el corazón. Que te provocan un halo de tristeza y melancolía muy hondo. La historia te muestra hechos que dejan muy mal parada a la humanidad. Salpicada por doquier de muestras irrefutables de que los humanos somos capaces de someter al dolor más increíble a otros seres humanos. Te dejan apagado como una luciérnaga que no brilla, y mustio como la hoja de lechuga olvidada durante días en el cajón de la nevera.
Los muros del planeta crecen a un ritmo increíble. El siniestro Trump promete reforzar y ampliar el muro que les separa de Méjico. El muro de la vergüenza de Palestina sigue asfixiando aun pueblo entero. Las vallas de Ceuta y Melilla siguen desgarrando con las concertinas la piel de los que huyen del hambre y la guerra. Francia y Reino Unido empiezan a levantar el muro de Calais, para impedir el paso a los inmigrantes que quieran cruzar el canal de la Mancha. Se gastarán 24 millones de euros en levantar una pared de cuatro metros que impida a las personas entrar en su país.
Pero no sólo Reino Unido y Francia están levantando muros para detener a los inmigrantes. Noruega le sigue los pasos y está construyendo una valla de 3,6 metros de alto a lo largo de la frontera del Ártico con Rusia. Y hay planes similares en Grecia, Austria, Hungría, etc. Según la agencia Reuters, desde la caída del Muro de Berlín, los países europeos han construido, o comenzado a construir, 1.200 kilómetros de vallas antiinmigrantes con un coste de al menos 570 millones de euros. Este es el retrato de nuestra vieja, decrepita, casposa, conservadora e injusta Europa. Esquilmamos, y provocamos catástrofes humanitarias, a otros países para mantener nuestro sistema de vida, y luego no queremos oler la desgracia que sembramos, ni hacernos responsables de nuestros actos. Da igual cuantos muros levanten, los cadáveres lloverán sobre los cuidados jardines de los perezosos europeos.
Hay momentos, situaciones, vivencias que te acarician el corazón. Que te provocan una sonrisa y una sensación de paz muy profundos. La historia te muestra hechos que dejan en la humanidad puntos de esperanza. La historia está salpicada por doquier de hechos heroicos que muestran que los humanos somos capaces de ejercer el mayor de los altruismos desde lo más profundo del alma. Y te reconfortan como las primeras gotas de lluvia después de un verano muy seco, la sobremesa compartida entre vinos y buenos amigos, mientras saboreas por enésima vez las fotos de Damià Borras, en ese libro poético y maravilloso al que ha llamado «Mianorca».
Personas como Juan Antonio Fernández que ayuda a los que llegan en patera a Tarifa. De Álvaro y Mónica ayudando en los pisos de acogida. De Carmen Ramírez denunciando desde AI tanta injusticia. Del socorrista Gerard Canals, salvando personas en la isla de Lesbos. De tantas y tantas personas que colaboran en asociaciones, colectivos, ONGs, o pelean por darle dignidad a las personas que están en los campos de refugiados. Ellos son los necesarios. Ellos son los importantes. Ellos deberían copar noticias y tertulias. Y, sin embargo, de ellos casi nunca se habla.
Dejemos, queridos lectores, que otros sigan con el ruidosos, e inútil, circo mediático. Que sigan contando las miserias de las marionetas políticas y sus tristes maniobras de distracción, cansinas y tediosas. Y agradezcamos las sonrisas, y los felices jueves, que nos brindan los héroes anónimos. Es lo menos que podemos hacer. ¿No creen?