En el año 2011 el cantante Leonard Cohen fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. En su discurso rememoró una anécdota que había determinado toda su carrera musical. Con voz pausada, el cantante se dirigió a los asistentes: «Un día, a principios de los 60, estaba de visita en casa de mi madre en Montreal. Su casa está junto a un parque y en el parque hay una pista de tenis y allí va mucha gente a ver a los jóvenes tenistas disfrutar de su deporte. Fui a ese parque, que conocía de mi infancia y había un joven tocando la guitarra. Tocaba una guitarra flamenca y estaba rodeado de dos o tres chicas y chicos que le escuchaban. Y me encantó cómo tocaba. Había algo en su manera de tocar que me cautivó. Yo quería tocar así y sabía que nunca sería capaz. Así que me senté allí un rato con los que le escuchaban y cuando se hizo un silencio, un silencio apropiado, le pregunté si me daría clases de guitarra. Era un joven de España, y solo podíamos entendernos en un poquito de francés, él no hablaba inglés. Y accedió a darme clases de guitarra. Vino al día siguiente, me puso las manos en la guitarra, la colocó en mi regazo, de manera adecuada, y empecé con esos seis acordes -una progresión de seis acordes en la que se basan muchas canciones flamencas-. Lo hice un poco mejor ese día. Al tercer día la cosa, de alguna manera, mejoró [...] Al día siguiente no vino, él no vino. Yo tenía el número de la pensión en la que se hospedaba en Montreal. Llamé por teléfono para ver por qué no había venido a la cita y me dijeron que se había quitado la vida, que se había suicidado. Ahora desvelo algo que nunca había contado en público. Esos seis acordes, esa pauta de sonido de la guitarra han sido la base de todas mis canciones y de toda mi música. Y ahora podrán comenzar a entender las dimensiones de mi gratitud a este país. Todo lo que han encontrado de bueno en mi trabajo, en mi obra, viene de este lugar».
«A menudo las personas dicen que aún no se han encontrado a sí mismas. Pero el sí mismo no es algo que uno encuentra, sino algo que uno crea», decía el psiquiatra húngaro Thomas Szasz. La historia de Leonard Cohen nos revela la importancia de la motivación, los sueños y el amor para construir nuestro propio camino. Se trata, quizás, del reto más difícil de nuestra vida. No existe ningún manual escrito que nos ayude en esta tarea. Sin embargo, a lo largo de los siglos hemos aprendido algunas recomendaciones que nos han permitido trepar por la escalera de los sueños. Creer en uno mismo. Apostar por nuestras ideas. Aprender a disentir del resto. No escuchar a los que solo piensan en la derrota. Aceptar que ser diferente no es ningún problema, sino una ventaja competitiva respecto de los demás. No dejarse obnubilar por los éxitos. Aprender que, cada fracaso, nos acerca más a nuestra meta. Emocionarse con cada instante de esfuerzo pensando en ese objetivo que encoge el corazón. Ser realista. Pedir lo imposible.
A pesar de que nuestra sociedad garantiza una cierta igualdad de oportunidades, hay muchas personas que nunca consiguen construir ese camino. ¿Cuántas personas conocemos que, teniendo formación, ganas e ilusión, no consiguen ese trabajo que tanto ansían? ¿Cuántas personas abren una tienda con la esperanza de desarrollar su proyecto y cierran a las pocas semanas? ¿Cuántas niños dejan atrás sus ilusiones para no ser diferentes del grupo? ¿Cuántos personas olvidan sus proyectos porque los otros les dicen que van a fracasar? ¿Cuántos jóvenes viven desilusionados y carentes de cualquier motivación? Esta imposibilidad de construir un proyecto vital acarrea graves consecuencias en todos los ámbitos. Según la Organización Mundial de la Salud, entre el 8 por ciento y 15 por ciento de las personas sufrirán depresión a lo largo de su vida. Se estima que en 2030 la depresión se convertirá en la primera causa de discapacidad en el mundo. En los últimos diez años, se ha triplicado el consumo de antidepresivos en España. En el año 2016 el número de suicidios en España duplicó al de accidentes de tráfico. En el caso de los jóvenes, se ha convertido en la primera causa de muerte.
Luchar por una sociedad justa no se limita a garantizar la igualdad de oportunidades. Quizá sea algo utópico pero deberíamos buscar la fórmula para que todos –al igual que Leonard Cohen en los años sesenta- encontremos ese guitarrista en el parque que nos proporcione el impulso necesario para construir nuestro propio camino. Nos serán de gran ayuda, sin duda, las palabras de Steve Jobs: «Vuestro tiempo tiene límite, así que no lo perdáis viviendo la vida de otra persona. No os dejéis atrapar por dogmas, no viváis con los resultados del pensamiento de otras personas. No permitáis que el ruido de las opiniones ajenas silencie vuestra voz interior. Y más importante todavía, tened el valor de seguir vuestro corazón e intuición, porque de alguna manera ya sabéis lo que realmente queréis llegar a ser. Todo lo demás es secundario».