Hay tantas cosas que cuando una despierta siguen todavía aquí/allí (para bien y para mal), que el zarandeado microrrelato «El dinosaurio», de Augusto Monterroso («Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí»), se va reduciendo, con cada lectura, hasta una mota de polvo (para luego, invariablemente, expandirse). No siempre a la misma hora, claro, porque con los microrrelatos es lo que pasa, que un día se esconden detrás de una puerta y al otro están sentados a la mesa del comedor, exigiendo su plato de sopa.
El pasado jueves, algunos de los participantes en los talleres de escritura creativa que coordino en el Ateneu de Maó y en el Cercle Artístic de Ciutadella nos reunimos, dentro de la programación de abril de El Mirador —¡gracias!—, para tratar de darle la vuelta a este microcuento que, hasta el siglo XXI, ostentaba el título de cuento más corto de la historia de la literatura. El escritor mexicano (nacido en Honduras y criado en Guatemala) Augusto Monterroso lo publicó, inocentemente, como parte de sus «Obras completas (y otros cuentos)» en 1959, como preludio de lo que sería un buen tuit, y a partir de «allí», esas siete palabras (nueve, si contamos el título, porque en un microrrelato el título es tan esencial como el cuerpo del delito) eclipsaron el resto de su obra, en la que convivieron el humor y la melancolía como parte de un silogismo: «La vida es triste. Si es verdad que en un buen cuento se encuentra toda la vida, y si la vida es triste», dijo, «un buen cuento será siempre triste».
El dinosaurio de Monterroso, marcado por la elipsis, nació abierto a todas las lecturas con su juego de conceptos temporales y con esa especie de sueño kafkiano —¿dónde es «allí»?, ¿quién despierta en ese «cuando»?—, que nos lleva a dar vueltas en busca de la cola del dinosaurio sin morder más que el aire que queda entre las letras. Las versiones que conocimos en Maó fueron inesperadas —así ha de ser—, y como no me atrevo a escoger ninguna (las iremos recopilando en «laisladelosescritores.com»), anoto un microrrelato de la escritora Ana María Shua que también incluye la palabra «dinosaurio» (era el único requisito). Se titula «Imagínese» y dice así: «En la oscuridad, un montón de ropa sobre una silla puede parecer, por ejemplo, un pequeño dinosaurio en celo. Imagínese, entonces, por deducción y analogía, lo que puede parecer en la oscuridad el pequeño dinosaurio en celo que duerme en mi habitación».
En los microrrelatos (o minicuentos) coinciden, implícitos o explícitos, los tres bloques de la estructura clásica del relato (planteamiento, nudo y desenlace); todo se muestra en un destello y se resuelve de una palmada: a veces, en forma de juego y otras, de sorpresa, pero todos vuelan lejos. La exageración, lo absurdo, los refranes fuera de contexto, las frases hechas «tomadas al pie de la letra» o la actualidad enfrentada a un espejo cóncavo (o convexo), sirven aquí para provocar giros de 180 grados. Tras su punto y final viene la emoción y es que leer microrrelatos es lo más parecido a escribir: quien los lee tiene un rol muy activo en estas piezas en miniatura que no terminan hasta que alguien las completa.
Hay, además, en este subgénero narrativo una necesidad de condensar que, a veces, coincide con la vida. Así le ocurrió, por ejemplo —como nos recordaba uno de nuestros 'isleños'—, a un oficial del submarino nuclear ruso «Kursk», hundido en el año 2000 con sus 118 tripulantes a bordo. En esa agonía él escribió esta nota: «13.15. Todos los tripulantes de los compartimentos sexto, séptimo y octavo pasaron al noveno. Hay 23 personas aquí. Tomamos esta decisión como consecuencia del accidente. Ninguno de nosotros puede subir a la superficie. Escribo a ciegas». El escritor Juan José Millás subrayó después en un artículo que «lo curioso es que un billete con cuatro líneas aparecido en el bolsillo de un cadáver responda de súbito a la vieja pregunta de para qué sirve la literatura. Sirve para contarlo. Todos aquellos que aspiran a escribir deberían recitar el texto del «Kursk» como una oración».
Oremos: seguimos allí, medio dormidos aún y escribiendo a ciegas, pero todavía se escucha, la respiración del (eterno) dinosaurio. Este sábado volveremos a intentarlo en el Cercle Artístic, a las 12 horas, en una Jam Session de relatos para despedir el curso. Seguimos también celebrando el Día del Libro, un Sant Jordi más, con todas sus ferias, y seguimos contándonos las historias como quien confiesa sus secretos.