Cuentan que un multimillonario ruso estaba dando un paseo por el barrio londinense de Hempstead, donde las mansiones rondan los 12 millones de euros de media, cuando vio una casa cerrada que le llamó la atención. Se enamoró de sus jardines y su fachada y enseguida llamó al mejor agente inmobiliario de Londres para que averiguara quien era el propietario y comprársela pagando lo que fuera necesario. Después de hacer gestiones ante el catastro, y la lista de propietarios de la zona, su agente inmobiliario le devolvió la llamada para comunicarle al multimillonario que ya sabía de quien era la casa: «Es tuya -le dijo- la compraste hace dos años».
Eso es tener pasta gansa de verdad, queridos lectores. Cuando las fortunas alcanzan tales dimensiones podríamos decir que se convierten en obscenas, en pornográficamente insultantes. Imagino que el multimillonario en cuestión se limitó a encogerse de hombros y a seguir paseando en busca del siguiente capricho. La ostentación es el lujo de poseer algo que muy pocos pueden conseguir, alardear de ello, y exhibirlo para disfrutarlo con cierta humillación para el que no lo tiene.
Utópico pensar en un sociedad sin humillación, tal vez sí, pero si se tacha a alguien de populista por creer que todos los seres humanos tiene un valor en sí mismos, que las relaciones humanos no se deberían mercantilizar, y que son los cínicos los que confunde el valor con el precio, se debería hablar de Kant como el gran populista de la historia, porque en su obra «Fundamentación de la metafísica de las costumbres» nos habla precisamente de todo esto. Perdón por meter de nuevo a Kant, pero cuando las ideas no están claras, y hay tanto interesado intoxicando, está bien volver a las raíces.
Claro que a Pilar la metafísica le importa una mierda. Después de quedarse en paro estuvo cerca del desahucio y alimentándose, ella y sus hijas, en los comedores sociales. Estaba en la miseria económica y eso la estaba conduciendo a la miseria personal. Se sentía como una mercancía estropeada, una marca a la que nadie quería, un objeto de consumo por el que nadie quería pagar. Y le echo todos los ovarios del mundo para conseguir un nuevo curro. Pilar trabaja como una mula por 800 euros, ha conseguido librarse del desahucio y llevar comida a la mesa, pero ese sueldo no da para nada más, ha salido de la miseria para asentarse en la pobreza.
Todos nos movemos entre nuestro ego y nuestro complejos, todos tenemos días en que nos comemos el mundo y otros en que el mundo nos come por los tobillos, pero estarán conmigo en que el multimillonario ruso debe tener el ego por las nubes porque la sociedad mercantilizada hasta el tuétano le ve como a un triunfador, y pagará con monedas lo que haga falta para tapar sus complejos. Y por el contrario Pilar tendrá el ego muy tocadito porque esa misma sociedad la ve como una fracasada que no ha llegado a más por no saber superar sus complejos. Así de solidarios andamos.
Sabemos que Kant, la ética, está perdiendo por paliza, pero que quieren que les diga, me quedo con las Pilares, aunque derrota tras derrota se nos quede la misma cara que a Susana Díaz y la misma mala leche que se gastan en los editoriales de «El País» cuando sus planes no les salen. Además, ahora que nuestra Menorca Talayótica no ha conseguido de la Unesco el reconocimiento merecido, siempre podremos hacer noche en alguna naveta. Al precio que van las casas, no descarten nada. Feliz, y kantiano, porqué no, jueves.