El otro día una amiga, que ronda el medio siglo de vida, me dijo que con la edad hay que aprender a ser fiel a uno mismo. Tenemos que ser lo más honestos posible, sin caer en ser unos bordes insoportables. Me explico, te apetece hacer algo, puedes hacerlo, hazlo. No te apetece hacer algo, puedes no hacerlo, no lo hagas. El límite está en el amor y en el respeto a los demás, limite imprescindible para no convertirnos en unos egotistas recalcitrantes que van a su bola importándoles una mierda los deseos, o sentimientos, de los demás. Vaya principio más espeso, me ha quedado muy Paulo Coelho, pido perdón, pero dicho queda.
Vivimos una paradoja que tenemos que romper de alguna manera. Por un lado renegamos de la mediocridad, de los grises, de considerarnos masa en lugar de individuos, pero al mismo tiempo nos da pánico llamar la atención, nadar a contracorriente, provocar revuelo a nuestro alrededor por nuestras opiniones, o que las miradas se giren por nuestras pintas. Y así caminamos todos como en un aburrido baile en línea, vestidos por Amancio Ortega y sus bien pagados y tratados trabajadores, y repitiendo como papagayos las opiniones que publican nuestros medios afines.
Y en ese afán por no destacar en nada, no vaya a ser que nos partan la cara, le hemos dando el timón a los más bocazas y perversos, y nos han obligado a dar pasos de cangrejo como si nos molara ir de culo. En la última década nos han robado sin miramientos, y nos han recortado derechos y libertades con total impunidad. Y encima han sido vitoreados y aplaudidos por unos cuantos nostálgicos de épocas pasadas, que sin embargo no acaban de irse nunca, como el invitado borracho y pesado de una fiesta al que no hay manera de sacar por la puerta. Joder, si en pleno siglo XXI tenemos dos reyes y dos papas, no tengo nada más que añadir señoría.
Y TAL VEZ es porque estamos en septiembre y los días, aunque muy bellos, se hacen melancólicos, o tal vez será porque yo tengo también a la vuelta de la esquina las cinco décadas, o porque el loco de Corea del Norte sigue jugando con petardos muy chungos que nos pueden enviar a hacer puñetas, o porque empezamos a estar más que hartos de una casta, clase, manada política que muestra su inutilidad hasta la extenuación del más devoto, pero el caso es que dan unas ganas muy locas de sacar los pies del tiesto pero ya.
No sé si se les pasa a ustedes, queridos lectores, pero la mano de plomo de lo políticamente correcto empieza a asfixiarme de mala manera y he de coger aire como sea. A fin de cuentas, el que pasa por la vida sin caerles mal alguien es que no ha hecho bien las cosas. Oscar Wilde escribió un verdad como un templo: «Algunos causan felicidad dondequiera que vayan; los demás cada vez que se van». ¿A qué grupo queremos pertenecer?
CADA CUAL QUE encuentre la manera de sentirse a gusto consigo mismo, ya sea haciendo punto de cruz, acampando para salvar secuoyas gigantes, plantando lechugas sin pesticidas, o navegando tranquilamente por la costa de Menorca. Lo que todos deberíamos hacer, siempre, es tomarnos la penúltima cerveza con las personas que queremos, créanme que sin esos ratos la vida es menos vida.
Y termino deseándoles unas buenas fiestas de Maó, y si nos encontramos dando una vuelta no se corten a la hora de invitarme a una cerveza, o a una pomada bien fría, al fin y al cabo después de tanto artículo ya somos como de la familia, y estaría bien empezar a sacar los pies del tiesto todos juntos. Feliz jueves.
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