Síguenos F Y T I T R
¿Tiene caldereta sin langosta?

Tiempo de justicia

|

El día 16 de abril de 1993 el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidades aprobó la Resolución nº 819 por la que declaraba Srebrenica «área segura, libre de ataques y otras acciones hostiles». Dos años después de dicha declaración, más de 60.000 civiles se encontraban refugiados en dicha ciudad huyendo de los desastres de la guerra de Bosnia. Por aquel entonces, Radovan Karadzic, presidente de la República de Srpska, a pesar de la presión de la comunidad internacional para lograr un acuerdo de paz, envió la Directriz 7 a las fuerzas armadas por la que ordenaba a los militares «crear, mediante operaciones de combate bien planificadas, una situación de inseguridad tal que no hubiera esperanza de supervivencia de vida alguna para los habitantes de Srebrenica». Poco tiempo después, los militares serbios lograron el control de la ciudad debido a la ineficacia de los cascos azules holandeses. Se inició, entonces, una campaña de limpieza ética que costó la vida a más de ocho mil bosnios musulmanes. Según el testimonio de un oficial holandés, se producían entre veinte y cuarenta fusilamientos por hora. Fue, sin duda, la peor matanza en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial.

Antes de que finalizara la guerra, Naciones Unidas creó el Tribunal Penal Internacional para la Ex-Yugoslavia con la misión de enjuiciar a los presuntos responsables de las graves violaciones de derecho internacional humanitario. Veintidós años después, el Tribunal cerrará sus puertas tras enjuiciar al último de los dirigentes de la guerra de los Balcanes. Hace unos días, el general Ratko Mladic ha sido condenado a cadena perpetua. La sentencia considera que el «carnicero de los Balcanes» comandó las tropas en el asedio de Srebrenica e impidió la ayuda humanitaria para aplastar a la población. Diseminó propaganda falsa para confundir a la Comunidad Internacional. Sugirió a los políticos cómo debía lograrse el objetivo final de la limpieza ética. Y deseó en público la desaparición de los bosnios musulmanes. Era, en definitiva, el «dueño de la vida y la muerte», como lo calificó la fiscalía, una pieza clave de las atrocidades que ocurrieron en pleno corazón de Europa ante la mirada estupefacta (y, en cierta medida, inmóvil) de la Comunidad Internacional.

La justicia es uno de los pilares que estructuran la paz social. Cuando lo has perdido todo (familia, amigos, esperanza, alegría), solo te queda la justicia. Al igual que los meandros de los ríos que llevan el agua desde las altas montañas hasta el gran océano, la justicia, en ocasiones, tiene que recorrer largas distancias y superar muchos obstáculos para alcanzar su fin. Las víctimas del genocidio de Srebrenica han esperado la ansiada justicia durante más de dos décadas. Tras escuchar el veredicto del Tribunal, muchas víctimas lloraron de emoción. Nada podía borrar el sufrimiento, la tortura y la barbarie. Nada podía hacer volver a los seres queridos. Nada podía hacerles olvidar esa terrible sensación de sentirse desamparados por quienes debían haber evitado la catástrofe. Sin embargo, esas lágrimas de las víctimas demostraban que todavía hay esperanza en el mundo. Aquellas familias musulmanas expresaban con sus llantos de alegría que todavía confiaban en la justicia que pueden hacer los hombres. Después de haber renunciado a la venganza, aquellas familias veían que los jueces habían construido una pequeña isla de consuelo dentro de la inmensidad de un océano de dolor. Las palabras del presidente del Tribunal eran un abrazo -cálido, intenso, reconfortante- a quien había vivido encerrado en la soledad de su sufrimiento durante muchos años.

A lo largo del siglo XX millones de niños, mujeres y hombres han sido víctimas de atrocidades que desafían la imaginación y conmueven profundamente la conciencia de la humanidad. Esos crímenes constituyen una grave amenaza para la paz, la seguridad y el bienestar. Por tal motivo, uno de los retos más acuciantes de este siglo es la construcción de un sistema efectivo de justicia penal internacional. No se puede lograr este objetivo sin que todos los países reconozcan la jurisdicción universal de la Corte Penal Internacional. En la actualidad, solo 123 países han ratificado el Estatuto de la Corte. Si se crean «paraísos de impunidad», estaremos privando a las víctimas de la esperanza de recibir ese último abrazo reconfortante que les dé fuerzas para seguir adelante. Quizá sea el momento de recordar las palabras de Martin Luther King: «La injusticia en cualquier lugar es una amenaza para la justicia en todas partes».

Lo más visto