Ha escrito Mario Benedetti que «el olvido está lleno de memoria», y para recuperar una parte de la memoria de los hechos registrados en la Menorca del siglo XX, Josep Portella ha redactado durante siete años el «Llibre d'exilis», que acaba de editar el Consell insular. Un denso volumen de 670 páginas con la biografía de 953 menorquines que -según el autor- «se exiliaron, de una u otra forma, después de la guerra civil». Miquel Àngel Maria afirma que «ha constituido un error colectivo confundir la reconciliación y la concordia con la continuación de la losa del silencio impuesta a los vencidos». Cuando ya han transcurrido ochenta años de la guerra 1936-39 «ya no estamos a tiempo de restituir la memoria y la dignidad de las víctimas en vida», añade el conseller de Cultura.
Cierto. Hay que levantar las losas del silencio, todas, porque en Menorca también hubo vencidos y exiliados a partir de julio de 1936. Aquí hubo persecución, represión, fusilamientos en masa -las tristemente célebres matanzas en La Mola y en el Atlante han caído en el olvido-, y también asesinatos en las carreteras.
La primera Ley de Memoria de España, aprobada en 2007, establece medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura. El extraordinario trabajo de investigación de Josep Portella, que arranca en febrero de 1939, al concluir la historia de la Menorca republicana, exige ser ampliado porque hay otras víctimas silenciadas. Por ejemplo, los que huyeron a Mallorca para salvar la vida unos lo consiguieron, otros, en cambio, fracasaron en el intento y fueron fusilados.
La oficialidad diezmada, los presbíteros de la diócesis los diputados menorquines Teodoro Canet, de Unión Republicana, y Tomás de Salort Olives, de la CEDA, asesinados en la cuneta, junto a Ferreries, y en la cárcel Modelo de Madrid respectivamente, merecen ver recuperada su dignidad. La memoria histórica debería empezar en 1936, no en 1939.