Algunos integrantes de los talleres de escritura que coordino han participado, tras la invitación de Josep Portella, en el último «Quadern de Folklore», que se ha titulado «Contes de Punta Nati» y que ya se puede encontrar en las librerías de Menorca. Los once relatos se suman, como explica Francesc Florit Nin en el prólogo, a la serie de parajes singulares de la Isla que esta publicación ha recorrido en forma de ficción: el barranco d'Algendar y el de Trebalúger, el Prat de Son Bou, y la zona de la Vall. Los encargados de crear las historias han sido Joan Triay Vidal, con «La clau de volta»; Luisa L. Cortiñas, con «Monsieur Avignon y el arcoíris»; Àssia, con «El sol a la posta»; Eugenia Ivorra, con «La farera»; Maika Junyent, con «Sa barraca gran»; Rita, con «Malson»; Rafael Oliver Puig, con «L'home que escoltava el vent»; Cristina Bosch Simó, con «El loco de Punta Nati»; Xec Vallori, con «Trescant per sa Torre Vella»; Mela Sánchez, con «Luchy» y Rosa Lleonart, con «Amor de pedrera». El epílogo, que me ha correspondido escribir, lo comparto ahora en estas otras páginas, como una pequeña piedra más en la defensa de un paisaje que va más allá de lo literario.
Cuando nos propusieron participar en este «Quadern de Folklore», con Punta Nati como escenario narrativo, no tardaron en aparecer voluntarios del taller de escritura para esbozar estos relatos de piedras con palabras y con las ilustraciones que ha construido Julieta Oriola. En este taller nos contamos cuentos, a falta del fuego, en torno a una mesa —en la de la Biblioteca Àngel Ruiz i Pablo del Cercle Artístic de Ciutadella—, siguiendo esa costumbre tan antigua con la que el humano sigue tratando de entenderse a sí mismo.
Las historias, que cada autor escribe a solas en la fuga de la realidad que brinda la escritura, cruzan a veces las fronteras de nuestras tardes y se publican en antologías o ganan concursos y, otras veces, se acumulan latentes en cajones y archivos de ordenador. Por eso, esta oportunidad era doble: por un lado, poder compartirlas con los lectores y, por otro, revisitar literariamente un paisaje admirado por todo aquel que ha tenido el privilegio de intimar con este rincón fascinante de Menorca.
Antes de iniciar la escritura, caminamos juntos, en una mañana de marzo y viento frío, por este abismo del norte que parece sacado de una mente escultórica. Caminamos acompañados por una experta en la arquitectura que lo puebla y la ruta sirvió para ver mejor, para ver la atmósfera con ojos de escritores. Esa mirada única es la que activa los cinco (o más) sentidos: se ha de elegir el sustantivo, el verbo, el adjetivo exacto que ilumine los detalles que crearán después imágenes y sensaciones vívidas en el lector hasta conseguir transportarle casi físicamente a la rugosidad de la piedra sobre la piedra. Porque esta es una de las tareas narrativas esenciales: conseguir anclar el texto a un escenario.
Esta vez no había que inventar el lugar, el lugar ya había sido inventado por la tramontana, por la mano del hombre, por el mar y por el tiempo, que es quien hace (y deshace) nuestras pequeñas y grandes historias. Solo había que atrapar el territorio en párrafos para contagiar un estado de ánimo a los personajes y viceversa, porque el espacio nos moldea. Han aparecido así los días fantasma, envueltos por la niebla; el viento contra el acantilado o los veranos de turistas y atascos por la línea recta de la carretera, encajada en paret seca, que llega hasta ese faro anfiteatro de atardeceres. Han brotado náufragos, picapedrers, fareras, fotógrafos, viajeras, pescadores, ingenieras, cazadores, señores, payeses y piedra con piedra con su propia historia que contar, para habitar este paisaje mosaico que transforma en estos once relatos esa piedra en palabra.
La vista se pierde en estos «Contes de Punta Nati», a izquierda y derecha, en la cuadrícula salpicada de edificaciones circulares escalonadas, otras rectangulares, siempre de piedra -más piedra- y hay incluso a quien le da por contarlas o hasta por desaparecer en el paisaje humano que quiso proteger al ganado de inviernos intratables, pero que conserva una apariencia sobrenatural, como si germinara de un murmullo desconocido.
Después del paseo de palabras, Punta Nati sigue siendo un misterio y como tal se ha de mantener. Aquí queda, de momento, salvaguardado en el papel, al capricho de lo que haga el tiempo con estas páginas. Más allá del tiempo, y de todos, seguirán enraizadas sus estoicas piedras para inspirar otros cuentos y para atrapar a otros escritores que deambulen en busca de un paisaje hasta entonces inimaginable.