Hace unos días recogíamos en nuestro 'Sorprende', esa sección de comentarios por los que pasa la vida cotidiana de la Isla, una acción de una vendedora de la plaza del Claustre de Maó, que invitó educadamente a un turista a ponerse la camisa y cubrirse. Él atendió su petición, cívico y comprensivo.
Algunos consideran que la noticia no merecía ni un pequeño titular. Desde luego causaba poca sorpresa que el hombre anduviera a torso descubierto, porque parece que es poner un pie en estas tierras y muchos no pueden con el sofoco, por mucho que la primavera no nos esté regalando días diáfanos y playeros. Pero yo creo que sí, que merece la pena fijarse en el comportamiento de quien nos visita y cuán diferente es del que tiene en su país de origen. También el pequeño gesto de una ciudadana nos indica que con respeto se puede reclamar lo mismo, respeto, porque el despiporre vacacional puede quedarse en el ámbito particular y no traspasar al espacio público de todos. Y porque si nosotros hiciéramos lo mismo en el centro de Colonia, Manchester o París es probable que duráramos muy poco paseándonos de esa guisa.
No se trata de reprimirles, porque será por sitios en los que desnudarse, hay calas perfectas para ello, sino de que no vean este destino como un lugar donde todo vale, donde los lugareños tragamos con cualquier cosa. Y es que el desmadre y el despelote están a la orden del día aquí a la vuelta de la esquina. En el aeropuerto de Palma lo saben bien: en mayo un joven salió del avión vistiendo solo un bikini con tanga rosa y en abril una mujer se desnudó y cambió de ropa tranquilamente en la terminal. Otra turista pidió una hamburguesa enseñando gluteos en Inca y la semana pasada más turistas desnudos se bañaron en una fuente en Cala Ratjada. Mala imagen y todavía calor, lo que se dice calor, no hace. Es el preludio de lo que llegará en agosto y un ejemplo de lo que hay que evitar aquí.