Sudor, sudor y más sudor. Inundado por ese líquido trasparente que segregan las glándulas sudoríparas, todos sus poros chorreaban como si hubieran abierto la compuerta de una presa. Y eso que Toni había decidido pasar la canícula al ritmo de un koala, es decir durmiendo unas 22 horas diarias, otra para la digestión y la restante para limpiarse meticulosamente y no oler peor que las zapatillas de deporte de un adolescente.
Ahora se arrepentía de no haber perdido esos quilos de más. Siempre dejaba el deporte para el próximo lunes, y el cambio en su alimentación, basada en la comida basura, para la próxima semana. Al final el poder del sofá, y el cansancio del curro, se unían para atornillarle delante de la tele a ver series y tragar galletitas. Además se rebeló también contra la gordofobia. Aunque por ser verano se hablaba más de la turismofobia, y la verdad es que viviendo en Menorca la hospitalidad obligada se pierde cuando el turismo se masifica a niveles inasumibles. No es un sentimiento contra el turista, es una llamada de supervivencia contra la saturación de la Isla, y el consumo desaforado de todos sus recursos naturales, como decimos por aquí «entre poc i massa sa mesura passa». O como nos dejaron los antiguos griegos en los preceptos de Delfos,«Nada en demasía» (como emulsionan los artículos las notas cultureras, con perdón).
El caso es que Toni había dejado de fumar, y su apetito, ya voraz per se, se disparó. Y cogió esos malditos quilos que vienen sin llamarlos y cuesta un huevo quitárselos de encima. Pero, aunque reconocía su pereza, se rebelaba contra la gordofobia reinante, jaque mate al gordo por perdedor, parecía gritar la sociedad en su conjunto. Que les den a los del culto al cuerpo y pollo con arroz para desayunar, comer y cenar. Que les den a los que odian el michelín más que a los banqueros, por poner un ejemplo, así a lo tonto. De acuerdo, Toni debía abandonar esa alimentación cochambrosa por salud, pero al próximo que le llame la atención por sus kilos le va a soltar una colleja a la misma velocidad que un guiri borracho hace balconing en Magaluf, o que Pablo Casado arma un discurso xenófobo.
Y sin embargo no lo hizo, pasando de la violencia física. Justo el mismo día que Toni se hizo esa promesa, bajó a las plataformas de Binisafúller, costa sur menorquina, petadas hasta la bandera, para darse un bañito y refrescar sus sudadas carnes. Se encontró con un viejo conocido, y esto fue lo que pasó. (Pasen al párrafo siguiente que esto se acaba).
Toni se secaba sentado en una roca mirando el mar, cuando Amancio le vio, y como llevaba tapones en los oídos porque iba a bucear y tenia otitis, gritó para el millar de personas que había en las plataformas: «¡Vaya Toni, no sabía si eras tú o una foca marina!». Y aquí tuvo que caer la colleja pero... no. Toni le saludó con una mueca, y le dijo que él, a parte de su otitis que le estaba dejando sordo, de sus dedos amarillos de nicotina y de su torpeza al caminar fruto de una edad mal llevada, le veía estupendo. Touché. Aquí o bebemos todos, o la cerveza vuelve al barril.
Toni tiene pendiente una llamada a Julia, desde que se libró de aquel mal bicho que la maltrataba, golpeándole en la cabeza con un absurdo busto de Julio César, no había vuelto a saber de ella, y la echa de menos. Toni intenta disfrutar del verano a su manera, espero que ustedes hagan lo mismo. Feliz segundo jueves de agosto, queridos lectores.