Tomás ha visto cosas muy absurdas, como a unos turistas ingleses comprando un sombrero mejicano en alguna tienda de souvenirs de Menorca. Hay algunos que se conforman con el imán de nevera como recuerdo de su viaje. Otros que prefieren comprar algo para comer, o beber, como un queso o un vino. Y otros se llevan una piedra del lugar, o un bote de arena de alguna playa, chungo para la Pachamama. En el colmo de la estupidez hay quien compra bolsitas ya hechas de arena donde en una etiqueta pone de que playa son. Flipa con la gilipollez, pero qué podemos esperar de una sociedad que hace cola en la inauguración de un supermercado.
Cuando eran cuatro los que visitaban cualquier la playa lo del botecito de arena era un poquitín menos grave, pero hoy en día con el turismo masivo, si cada uno se lleva un puñado de arena en nada desaparecerán las playas y habrá que enmoquetar el litoral para que la gente se bañe. De hecho bastante arena nos llevamos todos en los pies, menos algunos visitantes de la playa de Son Bou, en Alaior, que se tiran media hora debajo de la ducha que hay en el parking, solo les falta sacar el gel, el champú y el desodorante para irse directos al restaurante, muy ecológico no parece. A Tomás siempre le dan ganas de repartir octavillas en la duchas de playa, donde pusiera en varios idiomas: «estás en el Mediterráneo, el agua es un bien escaso, cuídala». Pero siempre se le pasan porque la frase es tope de cursi, y está seguro que no le haría caso ni dios.
Y es que Tomás confía en la amistad de las personas cercanas, y no en la buena voluntad de la especie humana en general, y menos aún en la de los hombres que mueven los hilos del mundo. De hecho está convencido de que los llamados grandes hombres son tan miserables como lo podemos ser los demás. John Lennon le cantaba a la paz en «Imagine» pero parece ser que era un violento y un maltratador. Hasta Gandhi tuvo su cara oscura y algunos le tacharon de racista. Es conocida también la misoginia de Picasso, o de Neruda. Tomás ha conocido de cerca a personas que nunca pagaban la cuenta en el bar, o hablaban con desprecio de sus supuestos amigos, y después escribían artículos pomposos sentando cátedra sobre economía, o relaciones humanas. A la manada política ni siquiera se les puede poner entre estos miserables grandes hombres, porque son de talento escaso y ética ausente.
Dicen que los hombres poderosos, y admirados, una de las profesiones que más odian es la de médico. Porque puestos a cuatro patas sobre la camilla de un quirófano para que el cirujano nos haga una hemorroidectomía, vamos que nos extirpe las hemorroides con un bisturí, somos todos exactamente iguales, más allá de las medallas, las posesiones, los títulos, o las idioteces que uno se quiera poner para sentirse superior a los demás. Tomás ha pasado demasiado tiempo despistado con hombrecillos grandilocuentes, ya es hora de que vuelva a la cercanía de la amistad.
Se toca con las yemas de los dedos el final del verano, un año más se hizo tarde demasiado pronto, pero hoy es un día muy especial para Tomás, se está poniendo guapo para salir, la pandilla ¡por fin¡ se va a reunir de nuevo, desde que Julia se quitó de encima al energúmeno que la maltrataba, golpeándole la cabeza con un absurdo busto de Julio Cesar, todos habían decidió que nunca más abandonarían a los otros. La promesa que se hicieron cuando era niños había que cumplirla. Feliz cuarto jueves de agosto, queridos lectores.