Será cosa de la edad. Pero tus Fiestas de la Mare de Déu de Gràcia han sido, para ti, un tanto anómalas. De hecho, solo viste tres caballos en la noche del sábado, ya de retirada, junto al inefable puente de La Salle. Optaste, más bien, por lugares recónditos, cercanos, pero razonablemente solitarios, para entregarte a una de tus aficiones/pasiones preferidas: la lectura. Aunque no pudiste obviar ramalazos del jolgorio obligatorio y forzado de esos días de septiembre recién parido. Así, desde la terraza de un bar observaste el extraño comportamiento humano en determinadas fechas... Viste, asombrado –seguramente se te puso cara de lelo- como dos conocidos, que llevan décadas sin hablarse, se abrazaban efusivamente, deseándose felices fiestas y todo tipo de parabienes. ¿Mande? Desde esa atalaya comprobaste, igualmente, como una chica, que tiene literalmente aparcada a su madre octogenaria en un centro y a la que no visita jamás, la paseaba con su silla de ruedas. ¿Caridad o exhibicionismo? También los políticos, tan proclives al insulto, se hermanaban en fotos y encuentros varios. Y, hasta los más tacaños –incluso aquellos que superarían, y con creces, al personaje de Moliere- se obstinaban en pagar consumiciones diversas. Pensaste que ese fenómeno se repetía, anualmente, en un par de eventos: en Navidad y en Año Nuevo… En esos días –que tendrían que ser eternos y no un mero cúmulo de hipocresías varias- «todo hijo de vecino es/debe ser bueno», como en el film de Summers. Sois, a la postre, actores y actrices consumados, contumaces, pero sin arte ni miedo al ridículo. Sois –iteras el verbo- actores y actrices aficionados malos, porque se os nota, a la legua, que estáis interpretando un papel, socorridos, frecuentemente, por un exceso de pomada... ¡Qué todo ayuda!
Probablemente, si Torra se hubiera topado con Casado en el Pla de la Parròquia, durante el jaleo, ‘cargadito' de gin amb llimonada, se hubiera abrazado a él y viceversa. Igual hubiera podido ocurrir con Sáenz de Santamaría y Cospedal, o con Rivera y Puigdemont, o con Pedro Sánchez y Rajoy o con Batman y el Jocker... ¡Benditas fiestas!
No obstante pensaste en aquel viejo aserto popular: «¡Mi gozo en un pozo!». Porque, cuando las vívidas luces de los fuegos de artificio paridos en la Base Naval la espichen, tras una cortísima vida -¡qué putada!-, todo –así ha sido siempre desde tiempos inmemoriales- volverá a su cauce desolador. Los vecinos dejarán nuevamente de saludarse, la hija aparcará a la madre, los políticos, en ausencia de argumentos, recurrirán a los insultos y los avaros quemarán sus vidas contando céntimos... Los feriantes marcharán, las luces –físicas y éticas- se apagarán y cada uno volverá a su afán... El mundo –vuestro pequeño mundo y el de tantos- será, otra vez, más gris y sórdido. El invierno y sus noches prematuras y frías ayudará. Y la pirotecnia humana y moral será, a lo sumo, una foto guardada en algún solitario lugar. Hasta Navidad... Hasta Año Nuevo. Y pare usted de contar...
Ocurría igual cuando en Barcelona –o en cualquier otra ciudad- te topabas con alguien que jamás te saludaba y, en ese trance, le daba, no solo por saludarte, sino por darte la mano y preguntarte por tu familia, por tu trabajo, etc...
Crees que no estaría de más reflexionar sobre esa curiosa manera de ser vuestra e intentar que esas emociones, ya sin pomades ni músicas ni caballos, se extendiera a otras jornadas, comprobando -¡fíjense ustedes qué cosas!- que no cuesta tanto llevarse bien –o por lo menos educadamente- con ese vecino; que una madre no es un coche; que se puede discrepar políticamente con el otro sin odio; que nadie parte en el viaje definitivo con una VISA y que, como diría Pérez-Reverte, la última carta la juega siempre la Muerte.
¡A vivir, pues! Aunque, please, de otra manera, más amable, más educada, más ética, más decente... Que -como el dejar de fumar o de beber-, solo es cuestión de proponérselo...