Hace unos meses empezó a circular por las redes sociales una carta escrita por un profesor de Fisiología del Grado de Farmacia de la Universidad de Granada que contenía una serie de recomendaciones para afrontar un examen. El profesor decía: «1. Estoy convencido de que conocéis las preguntas, están extraídas de lo que hemos trabajado en clase muchas veces. Confiad en los conocimientos que habéis recibido y en vuestro trabajo. 2. Los exámenes son únicamente muestras del conocimiento en el momento actual. Soy consciente de que estás nervios@ y que tienes más asignaturas, pero puedes hacerlo. Si te atascas, pregunta, yo intentaré guiarte para que seas capaz de continuar por ti mism@. Esto es un examen, simplemente vas a escribir sobre lo que sabes de lo que has elegido estudiar. Puedes hacerlo y lo vas a hacer bien. 3. Por favor, evitad en la medida de lo posible la descarga simpática y el estrés. Ya sabéis lo perjudicial que es el estrés para todos los sistemas, y estoy aquí para ayudaros. 4. Si el resultado no es el esperado por ti, podrás mejorar en sucesivas convocatorias y te servirá para saber qué conocimientos debes reforzar más». A continuación, el profesor ofrecía una serie de recomendaciones para después del examen: «Cuestionaos todo, seguid preguntando, seguid investigando. Estudiad mucho. Cultivad la mente. Vuestra curiosidad os llevará lejos»; «Si hacéis todo con ilusión, os saldrá mejor, porque disfrutaréis y no será una ardua tarea sino una actividad agradable»; «Cultivad las relaciones con familia y amigos. Estudiad mucho, pero no dejéis de lado a aquellos que nunca os abandonarían»; «Aprended de los fracasos. Cada uno debe luchar por el éxito, pero el fracaso es inevitable […] Un fracaso es un paso más hacia el éxito».
En una escena de la película «Pretty Woman», Vivian Ward –interpretada por una guapísima Julia Roberts- le dice al elegante hombre de negocios Edward Lewis: «Yo no terminé el instituto. ¿Hasta cuándo estudiaste tú?». Richard Gere la mira con sorpresa y cierta incredulidad y le dice: «Estudié hasta el final». Esta cómica escena nos recuerda que el proceso educativo de una persona se prolonga durante muchísimos años. Si tomamos como referencia la finalización de los estudios universitarios, una persona habrá invertido, de media, unos veintidós años de su vida en formarse. La tarea de aprender exige mucha dedicación. Hay que enfrentarse a materias nuevas que obligan al cerebro a replantearse todo lo que había aprendido meses atrás. Hay que asimilar conocimientos, invertir tiempo en memorizar, organizar el trabajo y mantener la calma en los exámenes para demostrar aquello que se ha aprendido. Durante este largo (y, en cierta medida, solitario) proceso, en ocasiones, el alumno pierde la ilusión y las ganas de aprender. Las dificultades del camino, los fracasos y la incertidumbre acerca del futuro laboral pueden ensombrecer los sueños del estudiante hasta el punto de aborrecer aquello que, hacía unos años, era el motor de su ilusión.
¿Qué se puede hacer en estos casos? ¿Pueden recuperarse las ganas de aprender? El profesor, sin duda, juega un papel fundamental. Es la persona más influyente del aula. Lejos de configurarse como un mero transmisor de conocimientos, el profesor debe potenciar la motivación –ser la «causa de su movimiento»- para que los alumnos se sientan protegidos y queridos. Cuando el docente abre los ojos de los alumnos al asombro, la superación y el gusto por el esfuerzo, los resultados son sorprendentes. Gracias a su labor, los estudiantes pueden encontrar el medio para transformarse personalmente, potenciar sus habilidades y aprender los recursos básicos para superar las adversidades académicas. Su función, en definitiva, es hacerles creer en sus propias capacidades para que obtengan el máximo rendimiento.
Estudiar es comprender. Es buscar las herramientas para intentar desenredar la compleja madeja que se ha ido tejiendo en este mundo. Supone buscar nuevas preguntas y rebatir las respuestas dadas hasta la fecha. Para avanzar con ilusión, el alumno debe recibir energía positiva del profesor pues, como decía Clay P. Bedford, «puedes enseñar una lección un día; pero si puedes enseñar creando curiosidad, el aprendizaje será un proceso para toda la vida».