El conformismo, el comportamiento gregario, actuar en manada y seguir a un líder de manera acrítica, o querer ir a la moda, son cosas habituales. Todo ello basado en profundas razones, inscritas en la naturaleza que compartimos con otras especies animales. Fuera de nuestro grupo de referencia nos sentimos abandonados, perdidos, indefensos. La colectividad nos reconforta en momentos de grave amenaza o infortunio. Nada más terrible que ser rechazado o sentirse marginado y excluido. En tiempos de inseguridad, de temores difusos, el caldo de cultivo para toda clase de fanatismos, intolerancias, xenofobias y enfrentamientos está servido.
Cuando todo empezó a derrumbarse (una crisis sistémica), la semilla de lo que está creciendo como planta invasora, empezó a desarrollarse de forma imparable. El malestar profundo, al ir disminuyendo el papel amortiguador de la clase media, da lugar a las respuestas más extremas. Brasil es otro ejemplo reciente. El suelo que nos daba tranquilidad se mueve bajo nuestros pies, un tornado nos deja a oscuras, llueve sobre mojado. Se han roto consensos que han permitido años de estabilidad, crecimiento, libertad. El enfado y la ira pueden tirarlo todo por la borda. Las catástrofes no son solo naturales. Las humanitarias están siempre a la vuelta de la esquina.
Cuentan que sir Isaac Newton dijo una vez: «Puedo calcular el movimiento de los cuerpos celestes, pero no la locura de la gente».