Movidos por la crisis de hace unos años y la falta de recursos pero también en muchos casos por la desvergüenza y la enorme dureza de su rostro, al amparo del drama de los desahucios sufridos por miles de personas en este país, se han adherido los denominados inquilinos-okupas.
Es esta una figura perfectamente reconocible a posteriori, es decir, cuando el dueño del inmueble asume que ha caído en la trampa, que no solo no va a cobrar sino que cuando logre que el moroso salga de su casa y deba reponer y reparar lo que encuentre dañado o sustraído, el alquiler habrá sido una ruina.
Bien por el exceso de confianza o por la discutible rigurosidad de algunas inmobiliarias para asegurar su comisión, resulta que los inquilinos-okupas son capaces de vivir de forma transumante de un piso a otro año a año hasta que los dueños consiguen desalojarlos tras pasar por un farragoso y exasperante proceso judicial desde que dejan de cobrar el alquiler. Ante la lentitud de la justicia, los desahucios-express se circunscriben a casos muy concretos, pero hay muchos otros que se eternizan.
Mientras tanto esta clase de arrendatarios se han apropiado de la casa, dejan de pagar los recibos y, en ocasiones, cuando la policía y la autoridad judicial les obligan a salir de la vivienda esta queda en un estado lamentable. Antes, incluso, han apelado a la humanidad general para clamar por su situación de desamparo. Movilizan a plataformas sociales que defienden el derecho de todos a la vivienda, cuando en muchos casos se están aprovechando de otros.
El propietario está indefenso porque el inquilino-okupa es insolvente para asumir cualquier condena económica. No hay reparación que valga para esos dueños cuyas denuncias no dejan de ser un brindis al sol a pesar de que los haya que precisen esa renta para salir adelante.