Las empresas que organizan eventos deportivos aquí y en cualquier lugar del planeta, por razones obvias, persiguen la máxima rentabilidad al negocio que promueven, sencillamente porque esa es la razón de ser de cualquier sociedad que se precie.
Es una aspiración legítima por más que la envuelvan con mensajes destinados a lograr una sensibilización popular que anime la indispensable aportación de los organismos públicos e implique al sector privado. El beneficio para todos está fuera de duda.
Pero una vez consolidado un producto exitoso, lo lógico es hacerlo crecer, potenciarlo. Y esa ha sido la decisión que ha tomado la organización de la MeCup trasladándolo a Mallorca, posiblemente después de haber alcanzado su techo en Menorca. En la isla mayor el torneo de fútbol de promesas dispone de muchas más opciones de expansión y, por tanto, de más margen de rentabilidad.
Cargar ahora contra el Consell o los ayuntamientos de aquí por haberle racaneado ayudas no parece lo más razonable porque las ha recibido en los últimos años. Más discutible es que esta competición desestacionalizadora que mueve a más de 3.000 personas en Semana Santa, obtuviera sumas proporcionalmente inferiores a las de otros eventos náuticos que gozan de más reconocimiento institucional. Las justifican con declaraciones abstractas referidas al teórico retorno de millones de euros que se dejan armadores y tripulantes en Menorca después de cenas y recepciones abonadas con dinero público. El reparto entre eventos deportivos sobre la llegada de turistas potenciales sí merecería un mayor debate.
Menorca tiene limitaciones en su concepción territorial, disponibilidad de plazas hoteleras fuera de temporada y conexiones precarias. Por más que se aumenten ayudas públicas, esa realidad siempre pesará en la balanza. Pero al final, lo que marca es la cuenta de beneficios.