No creo que sea fácil trabajar en la atención social, sino todo lo contrario. Es ese tipo de empleos en los que se te escurre tu propia vida, si se ejercen con la entrega y vocación que requieren, y eso incluye llevarse los problemas de los demás a casa. Controlar la empatía y crearse una coraza supongo que son recursos de supervivencia; también en este oficio de ver y contar llegas a endurecerte, son muchas las desgracias de las que hay que tomar distancia, cada día y un día detrás de otro. Pero el caso de Álvaro Pérez, con una pierna amputada, minusvalía del 93 por ciento, luchando por hacerse oír, por lograr una vivienda sin barreras arquitectónicas, es uno de esos que claman al cielo. Ver a este hombre tirarse al suelo, reptar literalmente para poder moverse por su casa y entrar, o dejarse caer, en una bañera; contemplar una silla de ruedas destruida por el óxido, porque no puede entrarla en la vivienda y se deteriora en el exterior; entonces acudir a la autoridad y escuchar que eso es competencia de tal o cual administración, ha sido penoso.
No dudo de que los servicios sociales de Sant Lluís estén al tanto y hayan hecho gestiones, pero es que ¿ni en estos casos es posible evitar la burocracia? No hay un solo piso adaptado en Menorca, es decir sin escalones y con un simple plato de ducha, que los que gestionan nuestros impuestos puedan ofrecer al precio del alquiler que paga, 300 de sus 719 euros de pensión por invalidez. La dignidad, está claro, también tiene precio y hay que poder pagarlo. Lo único que alegra un poco el corazón de esta historia es que ha obtenido una respuesta altruista y generosa en las redes sociales. Sus vecinos le ayudan en muchas tareas y ahora gentes desconocidas se han ofrecido con ideas, con material, con trabajo. No sé si muchas de esas propuestas serán factibles, pero al menos le han transmitido que la vergüenza por su situación no debe sentirla él.