Tengo entendido que tal día como hoy, 5 de agosto, murió en 1962 la actriz llamada Norma Jean Baker, nacida Norma Jean Mortenson, conocida como Marilyn Monroe. Había nacido en Los Ángeles el 1 de junio de 1926, de modo que tenía 36 años al fallecer. Alcanzó gran popularidad a partir de los primeros años cincuenta, con películas como «Los caballeros las prefieren rubias», «Cómo casarse con un millonario» y «La tentación vive arriba». En 1959 ganó un Globo de Oro por su papel de protagonista femenina en «Con faldas y a lo loco». Se casó tres veces, una de ellas con el dramaturgo y guionista Arthur Miller y se le atribuyeron relaciones con el presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy y con su hermano Robert. La hipótesis de que se había suicidado con barbitúricos nunca fue corroborada. Su muerte a temprana edad contribuyó a que aún hoy sea considerada como uno de los mayores símbolos del Star-System de Hollywood. Aseguran que se trataba de una mujer con dotes de seducción muy estudiadas, pero con una personalidad neurótica y obsesiva, marcada por las dificultades vividas en la niñez, y que su naturaleza depresiva afectaba a su trabajo. Terenci Moix escribió una novela titulada «El día que murió Marilyn», y si no recuerdo mal la dedicó a los miembros de su generación que eran jóvenes el día que murió Marilyn. Esto le daba pie a describir las vivencias de varias generaciones de una familia catalana y a incidir en sus experiencias de espectador en cines de barrio de su juventud hasta convertirse en alguien representativo de la sociedad de postguerra que le había tocado vivir.
Marilyn Monroe, James Dean, Jimi Hendrix, John Lennon, Janis Joplin y otros personajes más recientes son a menudo calificados de iconos de la juventud de nuestro tiempo. A ello contribuye no solo su popularidad en vida, sino también su muerte prematura, como si fueran verdaderos mártires de la sociedad actual. Fíjense en que una de las acepciones de la palabra «icono» en el diccionario dice literalmente: «Representación religiosa de pincel o relieve usada en las iglesias cristianas orientales». Los actuales iconos, pues, han dejado de tener simbolismo religioso, pero igualmente suben los altares de la popularidad en los medios y su muerte contribuye a mantener una imagen idealizada de lo que fueron, que no es en definitiva más que hombres o mujeres destacados en los medios audiovisuales de nuestro tiempo. Son espejos míticos en los que no podemos dejar de mirarnos.