De una u otra forma, fuera en patera o en una embarcación mayor que los aproximara a aguas españolas, lo cierto es que los diez argelinos que pisaron la costa de Sant Lluís el martes han conseguido parcialmente su propósito, salir de su país y llegar a Europa, aunque sin duda esta Isla no era su destino final.
Los dos menores que acudieron al Hotel Sur Menorca tras el desembarco pidieron directamente que les proporcionaran un lugar donde dormir, asearse y comida. Saben, en muchos casos, la ayuda que puede brindarles España dada su condición de inmigrantes ilegales porque conocen lo que les cuentan amigos y familiares que han hecho la travesía antes que ellos.
No es de extrañar por tanto los rostros de moderada satisfacción que exhibían el miércoles en la sede la Cruz Roja de Maó tras abandonar las dependencias policiales. Habían superado un viaje en condiciones infernales, les estaban suministrando alimentos y les iban a servir un alojamiento provisional en la casa de acogida hasta que se tramite el expediente de devolución a su país. Para entonces, no obstante, es probable que ya hayan logrado salir de Menorca.
El efecto llamada juega en su contra por las falsedades que les hacen creer muchos de sus compatriotas que han llegado al viejo continente asegurándoles que encontrarán un buen trabajo con el que tendrán ingresos no solo para vivir mejor que en sus países, sino incluso para comprarse coche y casa a corto plazo. «Les enseñan una foto apoyados en un BMW que no es suyo pero les dicen que lo es, y que no tendrán problemas para progresar», explicaba un tripulante del barco de la Guardia Civil Río Miño que patrulla el Estrecho salvando vidas.
Pero la realidad, como sabemos, es bien distinta y acaban obligados a buscarse la vida como manteros, venta ambulante o obligados a delinquir para subsistir antes que regresar y admitir la mentira.