Hay quien no encarga comida al restaurante chino o la pizzería de turno sin antes leer las opiniones de los internautas. Imagínense si se trata de acudir a un restaurante en el que el cubierto es de precio más elevado. Antes echarán mano al teléfono móvil y rebuscarán lo que otros clientes opinan sobre todo lo opinable: el servicio, el idioma en el que le atendió el camarero, si los platos llegaban calientes, o si el vino era peleón. «La gente lo pone bien» es la frase que dará luz verde, o por el contrario, «tiene muy malas opiniones» será la que echará por tierra cualquier esperanza del negocio en cuestión. Ya está, así de simple para muchos consumidores, especialmente entre las nuevas generaciones. Plataformas como Tripadvisor sustituyen a la tradicional transmisión de información entre personas, el boca a boca de toda la vida, la recomendación basada en la experiencia que siempre ha generado más confianza que la publicidad de la propia empresa. Pero como todo con internet se ha desbordado. Los restauradores se quejan. Claro, es que hoy día además de trabajar, llevar su negocio y, fundamentalmente, cocinar bien y satisfacer a sus clientes, si quieren mantener su reputación virtual y controlar todo lo que se publica en la red necesitan otra jornada, no les da la vida para tanto.
A través de dicha plataforma muchos negocios han hallado la vía perfecta para darse a conocer pero también es cierto que en ocasiones se han articulado auténticas campañas de desprestigio injustificadas. Basta para ello que se alíen para hacer comentarios negativos en masa. Tripadvisor se defiende y afirma que solo un 0,6 por ciento de las opiniones son falsas; parece un porcentaje demasiado bajo a juzgar por la desprotección que alegan los restauradores. La plataforma debe estrechar la vigilancia o de lo contrario las opiniones perderán valor, y los negocios deberían poder elegir entre seguir con su perfil en la red o no.