Mi patio ya no es mío. No me quejo, queridos lectores, por no poder tomarme una cerveza con los amigos en él, o por no poder sentarme tranquilamente a leer un rato mientras el sol se va, ni tan siquiera por no poder cenar bajo el techo de estrellas en lugar del falso techo de placas de escayola que no me atrevo a levantar -solo alguien con rayos X en los ojos sabe lo que ahí se esconde-. Me quejo porque ni tan siquiera puedo tender la ropa, o barrer las hojas, sin que los malditos y agresivos mosquitos tigre se abalancen sobre mí con el descaro de un loco y la agresividad de un perro rabioso.
El mosquito tigre está incluido en la lista de las cien especies invasoras más dañinas del planeta. Cuando nos pican nos meten una sustancia anticoagulante para ponerse bien gochos chupando nuestra sangre como si no hubiera un mañana. Y lo hacen a todas horas los muy mamones, no se esperan a las horas del anochecer, o el amanecer, como nuestro respetuoso mosquito autóctono. Los mosquitos tigre son unos cafres muy mal educados. Y flipo con el poder que tienen, con una tamaño medio de unos 7 mm pueden acojonar a un tío de más de 1.80 y más de 90 kilos de peso. Nunca van solos, en eso son muy solidarios, atacan en enjambres enfurecidos porque les hace mas falta la proteína de nuestra sangre que a un zombi un cerebro.
A parte de unas ronchas rojizas tamaño melón, los muy puñeteros pueden trasmitir enfermedades tan chungas como la artritis epidémica chikunguña, que suena a operación de Mortadelo y Filemón pero es chunga nivel pro. De lo que realmente me arrepiento es de no haberles plantado cara desde el principio. En el instante en el que decidieron que mi patio sería suyo, tenía que haberles presentado guerra sin cuartel y al menos morir luchando. Pero por eso de la pereza, o la resignación, les dejé ir a su bola. Al principio usé unas velitas de citronela, que era una manera muy ñoña de luchar, obviamente ellos se partían de risa. Después me puse más serio y rociaba mi cuerpo con Autan mientras maldecía mi suerte por tener que soportar tan desagradable olor. Pero oye, ese espray debe ser como Tabasco para ellos, porque se tiraban contra mi piel con más ansia todavía.
Me pase al Relec Extra Fuerte, como si estuviera acampando en el Amazonas, o lo que queda de él, pero a este díptero nematócero (gracias, Wilkipedia) le importa un carajo lo que te pongas, se va a tirar a por ti como un kamikaze borracho de sake. Así que ahora vivo encerrado en mi casa y solo salgo al patio vestido con un traje de apicultor y rezando para que se apiaden de mí. Tengo más picazón, sobre todo por los tobillos, que Errejón ganas de montar nuevos partidos para ¿unir? a la izquierda.
En este estado de derrota y humillación me dio por pensar: ¿y si lo que han conseguido los dichosos mosquitos es una metáfora de la forma de afrontar la vida? ¿Y si por evitar conflictos vamos dando pasitos cobardes para atrás y al final nos metemos en líos aún mayores? ¿Cuándo nos daremos cuenta de que por más que retrocedamos el mal nunca deja de avanzar? ¿Quién nos garantiza que por más que cerremos nuestras puertas y ventanas no acabaran desahuciándonos con violencia y alevosía? Una vida siempre a la defensiva, ¿es vida?
Vaya diarrea mental, no me hagan mucho caso, seguro que mis reflexiones, más que el fruto elaborado de un profundo trabajo, son solo gilipolleces salidas de la mezcla del veneno de mosquito, la medicación para el dolor de espalda y alguna cerveza mal tirada. Feliz jueves.
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