El juramento o la promesa de acatamiento de la Constitución lo convirtieron casi en un circo, un sainete casi grotesco, un concurso para ver quién era el más original, cuando en puridad, es un acto que debería de enorgullecernos. Es el primer acto que lleva a cabo en el hemiciclo un diputado/a, que le compromete para toda una legislatura. Una cosa es que se consideren válidas todas las fórmulas, porque antes de la ocurrencia han jurado o prometido y otra es convertir el acto en una vulgaridad degradadora de lo que debe de ser una toma de posesión del acta de diputado/a ya en ejercicio.
Pero fíjense que ocurrencias, «Sí, juro, por la república catalana», o sea que se juró por algo que de momento no existe, «por el planeta», «por los servicios sociales», jurar por «los presos políticos», «por el mandato del 1-O», «hasta lograr una Navarra soberana y una Euskalerría libre». Pero fíjense en la siguiente promesa «para exigir el equilibrio territorial recogido en los artículos 138 y 139 y evitar que tengamos una España vaciada y una desarrollada, sí prometo». En fin, para que voy a perder más tiempo enumerando ocurrencias. Debería de haber el ‘juro' o el ‘prometo' sin ninguna ocurrencia añadida. Pero, fíjense que en medio de tanta ocurrencia a nadie se le ocurrió decir «juro o prometo hacerlo lo mejor que pueda».
La anarquía más absoluta se enseñoreó del Congreso y del Senado, que no creo sea el mejor síntoma para augurar una legislatura tranquila y fructífera para los preocupados votantes que ven estas cosas con muy poca o ninguna empatía.