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Contigo mismo

Había una vez un circo…

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El pueblo observaba la envejecida carpa de su circo, el Circo tolerantia, que había sido creado bajo la arrolladora aprobación de sus habitantes hacía ya mucho. Una solemne placa conmemorativa, redactada en latín, recordaba su constitución: Countersigned in Spanish populus in die Decembris VI, MCMLXXVIII. El mismo pueblo que, agradecido, recordaba las inolvidables veladas que, a lo largo de décadas, le había ofrecido aquella pacífica institución. No obstante, su futuro parecía incierto. Antonio Bragueta Suelta, el exalcalde, evocaba, aquel día, en compañía del alguacil, un esquelético Luz Cuesta Mogollón, como el fenómeno había sido posible gracias al esfuerzo y consenso de todos los componentes de la atracción.

-¡Ay! -suspiró el señor Bragueta-.

¿Cómo habían comenzado a torcerse las cosas? Don Luz lo tenía claro: cuando los jóvenes del lugar habían empezado a cuestionar la validez del Circum, aunque, curiosamente, no hubieran ideado diversión alternativa. Incluso se referían a él, despectivamente, como el Régimen del 78, expresión que, malentendida, fascinó a la boticaria, doña Soila Cerda, obsesionada con adelgazar desde que don Juan Macho Seco, el maestro, le hubiera tirado los tejos. Tampoco había ayudado el que los carteles publicitarios tuvieran que redactarse de manera políticamente correcta: mayor tamaño de los panfletos igual a mayor gasto. No en vano aparecían en ellos escapistas/escapistos, equilibristas/equilibristos, malabaristas/malabaristos, acróbatas/acróbatos, payasos/payasas, etc… «El presupuesto se ha resentido» –anunció, severo, don Alberto Comino Grande, secretario emérito del ayuntamiento y supuesto futuro delincuente a tenor de su reconocido franquismo-.

Julio Feo –hombre de poco éxito con las mujeres por razones nominales obvias- sentenció: «La culpa de la decadencia de nuestro circo recae, sin duda, en el ventrílocuo Jordi Podiolum Trespercentius y su muñeco Marcus Puigdemontis con su ‘el ayuntamiento nos roba’, aseveración, cuando menos cuestionable, que, iterada ‘ad nauseam’, el pueblo ha acabado por asumir. Fue entonces cuando la carpa comenzó a deshacerse…»

- ¿Y Petrus Sánchez, el nuevo alcalde, no hará nada al respecto? –inquirió don Armando Bronca Segura, el lúcido borracho de la localidad-.

Y, en esas, Ramona Ponte Alegre, sin el «doña» y mujer de mal vivir (¿para qué engañarse?) soltó una sonora carcajada. «Ese, ese sí que es un tragasables, un tragafuegos, un tragadotodo y un escapista –confesó-. Por ende es mago, porque ha conseguido, incluso, que su compadre Paulus Ecclesiarum renegara de sus raíces populistas. Calvito, el barbero, me ha comentado que Paulus (Pablo para los amigos), incluso le ha pedido hora para cortarse la coleta. «Cosas del praeses» -le dijo-.»

- ¿Y si solicitáramos un pleno extraordinario para evitar la descomposición del circo? –propuso Miguel Marco Gol, cabo de la Guardia Civil-.

- ¿Y una manifestación masiva de protesta? –aventuró Albertus Civium-.

- Na de na –sentenció Beodus, el tabernero-. Os llamarían a todos fachas y santas pascuas…

- Pero es que la carpa se hundirá –sollozó doña Lamentos Eternos, la solterona oficial del pueblo-.

-¿Y la oposición? –preguntó don Juan Cegato, el conductor del autobús-.

- Ni está ni se la espera. Son como tiernos payasos en busca de su propia identidad. Salvo algunas excepciones que dan un poco de repelús…

- ¿Entonces? – exclamó, enfurecida, Ramona Ponte Alegre-.

- Pues no nos queda otra que regalarle a don Petrus Sánchez una inscripción en mármol en la que se le recuerde aquel viejo aserto latino: «Sic mundi gloria transit» («así pasa la gloria del mundo») -concluyó el sr. Bragueta, exalcalde-. Para que reflexione -añadió-.

- No servirá de nada –sentenció Ramona Ponte Alegre-. Don Petrus sólo captará, apropiándosela, la palabra «gloria»…

- Pues va a ser que sí –entonaron, sollozando, todos, mientras la carpa iba envejeciendo junto a un horizonte de tristísimos grises sin aurora-.

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P.S: ¡Enhorabuena, Javier, un «Ramón Llull» sobradamente merecido!

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