Normalmente Menorca aparece rezagada en los indicadores económicos del archipiélago, en comparación con Mallorca y Eivissa. Padecemos como nadie la doble insularidad, la industria turística no suficientemente diferenciada como destino familiar se resiente y somos rehenes de la conectividad aérea más limitada del Archipiélago. El precio de los billetes para los no residentes nos aísla aún más del continente sin que la clase política que nos representa logre evitar los reajustes al alza de las compañías para que el descuento del 75 por ciento quede parcialmente absorbido con el incremento de los billetes. Y aun así debemos soportar que algún ministro lo ponga en duda.
La isla es un paraíso natural del que disfrutamos los menorquines pero no implica que debamos cargar con los agravantes respecto a otros destinos.
Ahora, en el inicio de la desescalada de la pandemia ha existido y aún existe la posibilidad, por una vez, de que tomemos ventaja respecto a otros destinos turísticos. La buena gestión sanitaria en la Isla ha limitado sus consecuencias, se ha demostrado capacidad de respuesta y una actitud ciudadana responsable a la que ha contribuido el control y la eficiencia de los profesionales de todos los sectores considerados esenciales, y las medidas adoptadas por Consell y Ayuntamientos.
Una semana de adelanto si Menorca entra directamente en la fase 1, en una coyuntura tan competitiva, es un tiempo precioso para la reactivación económica a medio plazo. En ese intervalo, si el gobierno no atiende la petición lamentablemente tardía de Francina Armengol, se puede proyectar la limpieza de este territorio ahora que millones de españoles y europeos van a poder empezar a plantearse unas vacaciones en el próximo verano. Ofrecer Menorca como un lugar seguro ante la inseguridad que nos rodea, y apuntalar esa oferta como territorio primigenio en la desescalada nacional es un mérito que ya debería estar asegurado.