Baleares se reduce a Mallorca para lo bueno. Para lo malo todos somos Baleares, pitiusos y menorquines también. La crisis del coronavirus ha retratado como nunca esa sensación, que en los últimos días me han recordado a puñados empresarios del negocio turístico con los que hemos intentado calibrar la profundidad del agujero económico.
Es cierto que Menorca maneja hoy unos datos sanitarios que asustan y que la tasa de contagio sigue creciendo. Nos ha situado en la percepción de que la pandemia hay que conllevarla, como dijo Ortega y Gasset al referirse al problema catalán.
Pero desde junio ha habido momentos para marcar la diferencia. Los recordamos con claridad, teníamos los mejores datos sanitarios y, sin embargo, no nos dejaron adelantar las fases de la desescalada. Todos fuimos Baleares, todos al mismo saco, salvo Formentera, una anécdota al ponerla al nivel de tres islas canarias poco pobladas.
Llegó el corredor seguro con Alemania, plan piloto lo llamaron, para adelantar turismo a Baleares, pero Baleares fue solo Mallorca. Ayer al conocerse la estadística de Frontur, la valoración del Govern era esta: «el plan piloto de la actividad turística impulsada en la segunda quincena de junio en Baleares permitió reactivar la actividad y sirvió para posicionar las Islas». Para el Govern, Mallorca es Baleares, qué dolor.
Y luego el caso de los británicos, nuestros queridos y fieles menestrales a los que el gobierno de su majestad mandó repatriar por la tasa de contagio que corría por Mallorca. Fuimos entonces Baleares sin ningún tipo de distinción y dos niños pelirrojos tuvieron que abandonar sin remedio el apartamento de Son Bou.
Y nadie nos ha defendido, nadie ha hecho ver que las circunstancias y situación eran diferentes. Dónde están la ministra de Exteriores y la presidenta del Consell, me decían. Yo también me lo preguntaba.