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Contigo mismo

Vigilia vegana

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«Incoherencia: Falta de coherencia. Coherencia: Actitud lógica y consecuente con los principios que se profesan»

R.A.E.

Algunos activistas detienen un camión a las puertas de un matadero. El conductor, amable, se detiene y permite que los manifestantes se despidan, con caricias y llantos, de los animales que están en el interior del vehículo, minutos antes de que sean sacrificados. Es lo que se conoce con el nombre de «vigilia vegana», una iniciativa que nació hace diez años en Canadá y que ya se da en vuestro país. Los participantes filman el acontecimiento y lo divulgan por internet… Al ver las imágenes puedes compartir, hasta cierto punto, el sentir de esas gentes, su indudable compasión e igualmente la pena que les/te produce el ganado en sus últimos momentos. Como compartes, en su totalidad, el asco y la repulsión que los promotores de esta denuncia sienten por el maltrato animal. Te repugnan -lo has dicho hasta la saciedad- aquellos eventos que, edulcorados con términos impropios (cultura, fiesta nacional, etc.), no hacen sino torturar a toros, perros y gallos, por no hablar de la cabra que era incomprensiblemente lanzada desde un campanario en las fiestas patronales de un pueblo de cuyo nombre prefieres, poniéndote cervantino, no acordarte…

No obstante, te preguntas si esos activistas tendrán idéntica sensibilidad a la hora de abordar el tema del aborto. De no ser así, se te plantearía un problema. Porque, según tu modesto entender, aquí saltaría la incoherencia. No parece de recibo defender la vida animal y, a la vez, legitimar la muerte de la humana. Sé que, llegados a este punto, se te objetará que un feto no es una persona y, acto seguido, la afirmación se adobará con ese ya más que conocido eslogan: «Nosotras parimos, nosotras decidimos». Lo dejarás en manos de tu admirado Delibes: «Las partidarias del aborto sin limitaciones piden en todo el mundo libertad para su cuerpo. Esto está muy bien y es de razón siempre que en su uso no haya perjuicio de tercero (…) Seguramente el derecho a tener un cuerpo debería encabezar el más elemental código de derechos humanos (…) Para el progresista, el débil era el obrero frente al patrono, el niño frente al adulto, el negro frente al blanco. Había que tomar partido por ellos, por los débiles (…) Mas, de pronto, surgió en el mundo el problema del aborto (…) y el progresismo vaciló. (…) No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizá porque el embrión carecía de voz y políticamente resultaba irrelevante. Entonces empezó a cederse en unos principios que parecían inmutables: la protección del débil, la no violencia».

2 La ciencia ha demostrado empíricamente cuándo se inicia la vida. Y su defensa -como se os ha hecho creer- no es cuestión de ideologías o religiones, sino de mera lógica, sensibilidad y humanidad. Debería ser, ¡ojalá!, causa común, independientemente de cualquier tipo de convicción o credo.

Por tanto, esas vigilias, que en modo alguno criticas, pierden toda su significación si quienes las promueven, paralelamente, no velan por la existencia humana en su estadio más vulnerable. A eso, sí, se le llama incoherencia. Como la de quienes, en el extremo opuesto, desde la opulencia, se oponen al aborto pero, paralelamente, no hacen, pudiendo, absolutamente nada para cambiar el mundo para que éste se convierta en uno y deje de estar dividido en cuatro en función de la antítesis pobreza/riqueza. Que no hacen absolutamente nada -iteras- para inundar a la sociedad de justicia y de igualdad. Una sociedad que no empuje a una mujer, por miseria, perjuicios o marginación, a interrumpir su embarazo…

Y cierras, nuevamente, con palabras de Delibes referidas a cualquier tipo de pena capital: «La náusea se produce igualmente ante una guerra, una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado» (1) Pues eso…

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1.- Delibes, Miguel: «Aborto y progresismo» en Pegar la hebra. Ediciones Destino, S.A. Barcelona, 1990.

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