El vecindario más próximo a los bloques que han estado habitados por okupas durante los últimos años en el calle Degollador, de Ciutadella, esperaba que llegara el día en el que una orden judicial les desalojara de una vez por todas.
Nadie mejor que los vecinos del entorno para saber de las incomodidades con las que han convivido durante más de un lustro, desde que jóvenes y no tan jóvenes sin hogar, forzasen las puertas de los pisos que adquirió el banco malo tras la quiebra del promotor y usurparan un alojamiento en el centro de la ciudad. Hasta hace dos días han podido tener un techo en unas condiciones mínimas decentes, con electricidad fraudulenta, pero sin agua corriente.
El trapicheo de drogas, las peleas periódicas, los ruidos, la suciedad… han estado presentes en esta burbuja formada por personas en riesgo de exclusión social que han dispuesto de un lugar para vivir haciendo, en muchos casos, un uso inadecuado del inmueble. En otros, sin embargo, los ocupantes han dado muestras de civismo exhibiendo un cuidado apropiado hasta convertir el piso en su verdadero hogar, tal y como pretendían hasta que llegaran tiempos mejores.
La imagen del Carrer des Degollador congregaba desesperación entre algunos de los desalojados, resignación entre otros y cierta conmiseración en el resto de presentes que seguían la escena. En ese grupo, por cierto, nadie de las plataformas solidarias o políticos tan habituales en la referencia a la teoría de los desalojos, precisamente en uno que les caía tan cerca aunque se tratase de okupas y no alquilados o propietarios que no pueden pagar una hipoteca o una renta. ¿Se habrán interesado por su situación para darles una alternativa?
Detrás de cada okupa hay una historia distinta -no todos son iguales- que debe ser escuchada y atendida con el propósito del derecho a un lugar para vivir. Pero ese derecho choca con otros cuando se ejerce a la brava y afecta al de sus semejantes.