Examinando la rabiosa actualidad para intentar meter baza, el articulista se da cuenta de sus crecientes dificultades para conformar un discurso coherente, riguroso, y a la vez ágil, un punto amable y a ser posible distendido, para intentar levantar sus ánimos y los del lector, melancólicos de unos tiempos en que nos creíamos felices. Y es que cada día resultan más endiabladas estas pretensiones. En primer lugar, por la creciente complejidad y celeridad de un mundo en que los acontecimientos se suceden atropelladamente, imponiendo un ritmo difícil de seguir, en el que necesitarías una cohorte de asesores y un cursillo acelerado de autocensura antes de emitir cualquier opinión, cuando en tiempos idos bastaba con una visión panorámica y una buena dosis de desparpajo.
Y es que otro de los condicionantes del articulista es precisamente la actual epidemia de corrección política que conduce inevitablemente a un lenguaje eufemístico del que hoy vemos su paroxismo con la llamada «cultura de la cancelación» que, como casi toda corriente cultural nace en las universidades norteamericanas, donde se «protege» a los estudiantes evitándoles opiniones que pudieran herir su sensibilidad. Pero es que, además, y tal como apuntaba Javier Marías hace un tiempo, se ha instaurado una fuerte corriente cejijunta universal en la que quienes gozan de más éxito y seguidores suelen ser los tipos broncos y hoscos, los que echan pestes, insultan a troche y moche y repiten eslóganes en vez de articular argumentos.
Nos queda el tercer factor que condiciona al articulista en estos tiempos alborotados, el del periodismo de trinchera que no ha hecho sino aumentar al amparo del creciente enroque de las distintas posiciones, en lo que ha venido llamándose polarización, recrudecida en los últimos años por la irrupción, como elefante en una cacharrería, de la internacional trumpista. A partir de ese momento, la realidad y la verdad son fenómenos evanescentes, al mismo nivel que las llamadas verdades alternativas (antes conocidas como simples bulos), son rehabilitadas o blanqueadas como fake news. Y ni que decir tiene que el humor se puede convertir en este contexto, en un bumerán porque siempre habrá algún cejijunto incapaz de digerir una ironía levemente maliciosa.
Pero lo más inquietante del actual estado de cosas no son tanto las mentiras, fakes o posverdades sino la respuesta de la gente a ellas. Puede haber un desdén inicial, pero en demasiadas ocasiones se convierte en indiferencia y, en el peor, cuando afecta a los nuestros, en complicidad. Para combatir esta cultura del victimismo, algunos sociólogos proponen una «cultura de la dignidad», en la que se espera que las personas tengan el suficiente autocontrol para no hacer caso de irritaciones, desprecios y pequeños conflictos y dedicarse a perseguir sus propios objetivos…
Pero más allá de los brindis al sol, ¿cómo acercarse a esa cultura de la dignidad?, ¿qué puede hacer el articulista dubitativo que no pretende ser objetivo (nadie lo es), pero sí ajeno al sectarismo, ante una realidad tan poco propicia al razonamiento sensato? Cada vez surgen más dificultades para argumentar. Pongamos, por ejemplo, a favor de la concesión de indultos a los presos del procés, sobre la que una amplia mayoría de españoles se manifiesta en contra en todas las encuestas y además de forma notoriamente crispada. ¿Cómo defender que no ves otro camino que el que puede iniciar el indulto sin que te caigan encima todas las etiquetas peyorativas del mundo? ¿Cómo explicar que el arrepentimiento es un concepto más religioso que jurídico, deseable pero no indispensable, sin que te acusen de buenista o tonto útil?...
Otro asunto controvertido donde los haya es el de las famosas líneas rojas o cordones sanitarios que habría que trazar para confinar a los partidos de extrema derecha… Pero ¿acaso no representan democráticamente a más o menos amplias franjas de un electorado con los mismos derechos (y deberes) que partidos más convencionales? ¿Y no sería ventajista trazar la línea roja sin la contraprestación de un apoyo parlamentario sanitario a la fuerza más votada? Es decir, favorecer la investidura de tu adversario ganador para taponar el paso a la extrema derecha, como han hecho repetidamente los franceses. Aquí no se vislumbra a un Partido Popular absteniéndose a favor del PSOE o viceversa, para impedirle el paso a Vox…
Y luego está el hecho insular. Cuando escribes en un periódico de ámbito nacional, sabes a qué público te diriges. En un medio como es «Es Diari», estás vendido por su transversalidad. Te acompañan en sus páginas comentaristas muy belicosos y te pueden leer gentes de las ideas más diversas. Sempre pots rebre (después de casi sesenta años de columnismo, atesoro una variada colección de cartas anónimas escasamente amables). En pocas palabras, ser articulista hoy es una actividad de riesgo para tu propia salud mental, tributaria de un largo descanso para intentar salir del bucle de perplejidad y agobio.
Bon estiu a tothom!