Dos millones de mujeres norteamericanas llevan implantes de silicona en los pechos. No sé a cuántas españolas corresponderá eso, pero veo que la operación de aumento de pecho en España viene a costar ocho mil quinientos euros. Veo también que ese tipo de implantes puede ocasionar filtraciones en el organismo, entre otros efectos secundarios, y que puede darse el caso de que no resistan la presión durante las turbulencias aéreas. Entonces se me ocurre que, a pesar de todo, ese debe de ser un buen negocio, y me acuerdo del refrán que dice «su bien y tu mal procura el médico que te alarga la cura». Claro que en el refranero todavía no figuran los detalles de la medicina moderna, y nuestras abuelas y bisabuelas no tenían más remedio que «apechugar» con lo que les daba la madre naturaleza. Tampoco es que tuvieran mucha oportunidad de lucir palmito en la playa, a la vista de los trajes de baño decimonónicos.
Otro dato médico: millones de mujeres toman medicinas para levantar el ánimo en las naciones que llaman «desarrolladas». Y los hombres otro que tal: basta asomarse a los anuncios televisivos y ver que nos aconsejan consultar al médico o farmacéutico para que compremos una medicina para dormir, otra para estar despiertos en el trabajo, unas vitaminas para complementar la alimentación, otras para tener más apetito, otras para paliar el hambre y no engordar, otras para que un resfriado dure solo tres horas, otras para cortar la diarrea, otras para «ir bien» -eufemismo-, para el tracto intestinal, es decir para cagar. Mal andamos, si todo hay que hacerlo a base de pastillas. De hecho tomamos tantas medicinas que nuestro sistema inmunitario se ha adaptado a los antibióticos y ya no son efectivos. Somos vulnerables. No hay superhombres entre nosotros, ni tampoco supermujeres. Basta un «bichito así de pequeñito», como dijo hace cuarenta años el ministro de Sanidad Jesús Sancho Rof con motivo de la crisis del aceite de colza, para producir una pandemia así de grande. Grande como la de la covid 19 que todavía sufrimos. Y nos auguran más.
De momento hemos tenido que volver a las mascarillas del año 1918. Mi madre me decía que había nacido el año de la gripe, y ahora mis nietas han nacido el año del Coronavirus. Eso me lleva a pensar que a lo mejor los seres humanos seremos víctimas de la ciencia y la tecnología, en ese caso la ciencia y la tecnología médica, y de nuestro propio afán de consumir para vDos millones de mujeres norteamericanas llevan implantes de silicona en los pechos. No sé a cuántas españolas corresponderá eso, ivir cada vez mejor. Es decir, moriremos de éxito.