Vivía en una pequeña ciudad, una pequeña isla, un pequeño planeta. Todo pequeño comparado con lo enorme o misterioso de algo cuando intentas conocerlo. El conocimiento es un río y la ignorancia un océano. La ciudad se llamaba Ahora, y también Ara. Había interminables discusiones por la h. Y por la o. Eran, diría Joanot Martorell, letras de batalla. La gente discutía por cualquier cosa y nunca había dejado de discutir desde que tenían memoria. Los acuerdos eran fugaces y gestados en momentos de urgente necesidad.
Una vez, hubo un pacto en El Toro, la montaña más alta y espiritual de la isla. Había llovido mucho, aunque no lo suficiente para los agricultores. Nunca lloverá a gusto de todos. La pequeña ciudad era emprendedora, con puerto y aeropuerto. Había vivido conquistas, reconquistas, desgracias y celebraciones. Actualmente, el turismo era su mayor fuente de ingresos. En otros tiempos, apenas llegaban visitantes. Los que lo hacían, venían por mar. El sector primario era fundamental. Todo ligado a la naturaleza. Luego llegó la industria y, posteriormente, los servicios.
En el siglo XVII, una epidemia de peste asoló la isla (entre los años 1654 y 1656), motivo por el cual no se festejó nada. Luego todo se olvida para que la vida siga y el ánimo no decaiga. Vuelven las celebraciones y el pueblo recupera la alegría como si no hubiese pasado nada. Olvidadizos. Hemos aprendido poco para lo mucho que hemos sufrido.