A Emili de Balanzó…
El turista sale al balcón. Nadie le ha dicho que ese mamotreto de hotel en el que anida, paladea, roza, un denominado «camí de cavalls»… A escasos metros hay una «caseta de vorera»… Tiene geranios. Se funde con el mar. Su palidez, su cal… ¡Hay tanta armonía con su entorno! ¡Esa es, de pronto, el gran problema para algunos extremistas! ¡Hay muchos tipos de pobreza, la de la indefensión, la de quien no puede obtener una licencia, la de quien se muda en un talibán! No dinamitarán ese bodrio de cemento, pero, sí, probablemente, esa «caseta» centenaria…
El turista no lo sabe. O sí. Tuvo un sueño extraño… En él aparecían personajes, personajillos, que exigían rotundidad…
- Hemos de ser ejemplares y ejemplarizantes. ¡Derrumbemos todas las construcciones acariciadas por el mar!
En su sueño, un personaje (cuentan que duró en política dos telediarios , sensato (¡qué palabra en desuso!) argumentó que, ya puestos, en esa ejemplaridad de opereta, habría que derribar, antes que esa «caseta», ese hotel, ese sí, en el que el turista está soñando… Pero no, lo acuciante es un geranio, la cal sobre fondo azul…
El turista, en Punta Delgada, saca una foto de esa casa que atenta, no contra Menorca, sino contra «su» Menorca…
El turista observa los geranios…
El turista contempla como el mar lame una manera de vivir, sostenida, respetuosa, elaborada por gentes humildes, pobres, pero no de espíritu…
«Jo tenia una caseta vora el mar
jo tenia un jardí florit i un cel de pau
jo tenia una barca
i unes xarxes a sa platja
i una dolça matinada en despertar»
En su sueño, surrealista, el turista sigue escuchando voces…
-¡Hemos de ir más allá! Hemos de prohibir la producción, exhibición, venta o reventa de cualquier óleo, litografía, o acuarela en la que aparezca una «casa vora el mar» y que se suprima la primera estrofa de la canción de Lucas… Y…
«Jo tenia una caseta vora el mar
jo tenia un jardí florit i un cel de pau
jo tenia una barca
i unes xarxes a sa platja
i una dolça matinada en despertar»
La pesadilla continúa:
- Y ya puestos, que se derriben todas las «taules» y «navetes» por haber sido construidas sin licencia y en zona rústica…
El turista se despierta. Lo soñado es impensable… Pero lo impensable, en ocasiones, es vivir aguantando tanta injusticia, tanto comadreo, tanta hipocresía, tanta memez…
El turista, en el hall, ojea diarios antiguos… No es Viernes Santo, pero ciertas dimisiones tienen algo de procesión laica. El camarero le espeta: «Lo suyo es puro teatro. ¿Quién renuncia a una nómina, a un ‘ego'?» Los titulares de otras ediciones, de seguro, le darán la razón…
El turista regresa a su hotel, pegadito sí, junto al mar, en Punta Delgada, y se pierde… Antes de que sea tarde, se dará un garbeo por el «chiringuito» de Binibeca. Ese, sí, ese, que vio en promociones turísticas, en óleos, en litografías, en acuarelas… Ese a cuya sombra un hombre sabio y bueno y culto llamado Emili, leía diariamente los periódicos… Y de pronto, antes de salir, le llega ese aroma de unos geranios, esos, los de esa casa junto al mar… Esa casa que –puede- derriben un día de estos, mientras ese turista o cualquier otro siga oteando Menorca desde el balcón de un hotel, de un mamotreto, a escasos metros de «un camí de cavalls», a pocos pasos de esa casa, sí, en la que todavía anida un geranio… Y una manera decente de vivir…