Soy, muy probablemente, el peor pescador que puedas encontrar en cualquiera de los mares que hay en todo el planeta. Para empezar, porque no me gusta el pescado y lo que suelo hacer es devolver al animal al agua, y para terminar, porque la fortuna me sonríe pocas veces. Pero, cuando pesco, soy de las personas más felices que hay en el planeta. Ya, estarás pensando una vez más que me he vuelto idiota. Te entiendo…
Cada vez tengo más claro que mis raíces alaorenques me condenaron circunstancialmente a la hora de decidir que la pesca sería uno de mis aficiones favoritas. No es que en Alaior pudiese desarrollar mi faceta, como bien es sabido, aunque una vez trasladado a Mahón, ya con 12 años, empecé pronto a dejarme ver las tardes por el puerto de Mahón, luchando con una caña, una armada y un poco de pasta contra peces que a veces se reían de mí y otras se reían conmigo.
No te miento si te aseguro que cuando logro encajar todo lo que me rodea para perderme unas horas en algún lugar «a sa vorera» lo último que pienso es en sacar la pieza con la que sueña todo pescador que se precie. Lo mío es algo más bucólico… Me explico. Cuando lo preparo todo y hago el primer lance, pienso que «esta vez sí, hoy va a ser el día de la Dorada» y los minutos se van consumiendo mientras el cascabel suena tímido señal de que algún pez flirtea con el anzuelo.
Suelo pescar, ¿eh? Lo que pasa es que me lo paso mejor disfrutando del momento de desconexión que me regala perderme alguna noche con algún amigo por algún rincón de Cala Llonga con Mahón o Es Castell de fondo, que no enganchando las cada vez más clásicas variadas, pinzells, morrudas… Pescar, al igual que el correr, me proporciona la recarga de energía necesaria para afrontar el día a día. Aunque en el fondo me quite horas de sueño.
Cuando pesco –al igual que cuando corro- pienso que debería hacerlo más. No el hecho en sí, sino organizarme para buscar un ratito para mí. No sé si a ti te pasa que cada vez te complicas la vida más. Las responsabilidades laborales crecen consumiendo muy por encima de lo que generan y acabamos dedicando más tiempo del que merece.
Puedes estar tranquilo, o tranquila, o tranquile, que durante la redacción de este artículo ningún animal ha sufrido ningún daño. Y, si tomamos mi ratio de éxito de las últimas pescadas, lo más dolorido que puedes encontrar es mi orgullo. Pero aún sabiendo que mi dorada sigue allí, esperándome, no pierdo la oportunidad de ir a pescar porque en esos momentos tan especiales, lo de menos es el pescar. ¿Entiendes a lo que me refiero?
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