Ha sido noticia en Menorca porque se trata de un policía mahonés el que ha permanecido dos años infiltrado en el movimiento independentista catalán, según ha revelado un semanal afín a la causa, «La directa», hace apenas unos días.
La reacción de grupos y asociaciones secesionistas catalanas, lo mismo que formaciones de la izquierda radical antisistema, como la CUP, ha sido lanzarse a degüello del eficiente policía menorquín, convertido en espía, hasta el punto de no tener el más mínimo reparo en publicitar datos personales, de su familia y todo el historial que le marca.
La campaña furibunda que destila rabia contenida por el engaño al que ha sometido a tantos independentistas que le creyeron uno de los suyos, no solo se manifiesta contra él en las redes sociales, sino que publicaciones digitales se suman a la revelación de su identidad o de las características que facilitan conocerla de una manera lamentable, alejada de la deontología de la profesión.
Al policía menorquín le han puesto en la diana fácil y, por tanto peligrosa, que a buen seguro le va a alejar por un largo tiempo de Catalunya y de Barcelona, en particular, por la cuenta que le trae, cuando su única responsabilidad ha sido la de cumplir con las órdenes que le habían asignado asumiendo un riesgo implícito evidente.
Han sucedido muchas cosas en Catalunya en los últimos seis años. El movimiento secesionista, aunque venido a menos, se sostiene desde las bases más radicales con escasa fuerza arriba. «Ho tornarem a fer», repetían los que fueron sus líderes, hoy más distanciados entre ellos que nunca.
En esos años ha habido vandalismo y acciones violentas de todo tipo. Que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado utilicen sus recursos para prevenir estas situaciones forma parte de su cometido. No debe extrañar que un buen policía haya sido capaz de adentrarse en varias asociaciones y cumplir con su trabajo, aunque les duela el engaño.