¿Qué quieren que les diga? A ti eso del Halloween o lo de Myers («La noche de Halloween», 1978) o lo de las brujas o lo de tantas y tantas criaturas banalmente endemoniadas te la trae floja. Naciste entrenado. Entrenamiento para el terror que se perfeccionó a lo largo de tu infancia. Como, más o menos, le ocurrió a todos ustedes… ¡Menudos cuentos os narraban! ¿Puede haber, por ejemplo, algo más terrorífico que un lobo tragándose a una angelical abuela para hacer, luego, no sé qué -algo innombrable, seguro- con una niña boba vestida con una caperucita roja? ¿A qué no? Por no hablar de esa madre desnaturalizada que expulsa a esos tres hijos suyos, cerditos, obligándoles a que se independicen y se busquen la vida… ¿Estarían en paro? Y ahí los tiene usted, edificando sus respectivas casas con más voluntad que acierto… Tres «adosados» de la época que tendrían que vérselas con el devastador soplo de otro lobo. Aunque -será de justicia reconocerlo- esas historias apocalípticas (¡con las que pretendían adormeceros!) tenían mucho de premonitorio. De hecho, el mentado lobo era un clarísimo precedente de las actuales entidades bancarias (se lo comen todo) y la historia de esas casitas, metáfora nítida de lo difícil que resulta acceder a una vivienda digna o de lo cochambrosas que se muestran ciertas nuevas construcciones sociales tras el pavoneo de foto, cinta y tijeras.
¿Halloween? A uno quienes le dan repelús son los vivos y no los muertos. De hecho a uno, sí, le deprime más un telediario que un cementerio. Lo que verdaderamente da grima -créanme- es descubrir que, finalmente, y contra todo pronóstico, Astérix y Obélix tenían razón al temer que el cielo se les cayera encima. Con una pequeña variación, ahora lo que os aterroriza no es que se os caiga el cielo encima, sino lo que os pueda caer encima desde él. Un pequeño matiz, pero que no resulta baladí… ¡Ay, esas chapucitas chinas! Así que, ¡ojo!: no mire al firmamento intentando adivinar si lloverá. Preocúpese, más bien, por si le aplastará o no un pedazo de antena, una tuerca gigante, un orinal espacial o un tubo de escape galáctico…
- ¿Cómo dice? ¿Norman Bates? («Psicosis», 1960) ¿El doctor Mabuse? (1922) ¿Fantomas? (1964) ¿Hannibal Lecter? («El silencio de los corderos»,1991)
- Pues va a ser que tampoco te dan miedo. Bates poseía una doble personalidad y, al fin y al cabo, solo se cargaba a su madre, a un detective y a una moza de muy buen ver (¡con perdón!). Sin embargo, los políticos, que padecen esa misma enfermedad e idéntica duplicidad (ante electio et post electio), se «cargan» a muchísima más gente, aunque, eso sí, a fuego lento, sutil y subliminalmente… Así, cuando uno se percata de la cabronada que le han hecho, «madona ja és morta». ¿El doctor Mabuse? ¿El doctor sin rostro? ¿Conoce usted el de los que, actual y realmente, gobiernan el mundo? ¿Fantomas? ¿Cuántos, si no fantomas, fantasmas, han alcanzado las más altas cúspides del poder sin carné, sin preparación y sin escrúpulos éticos? ¿Hannibal Lecter? ¿O acaso el hombre no practica el canibalismo desde sus mismísimos orígenes?
- ¿Halloween? -te preguntas-. ¿Calabazas? ¿Oscuridades?
Halloween no es sino un chiste trasnochado, las calabazas las diarias noticias y las oscuridades se reducen a una: la de ese mundo opaco en el que la víctima ya no conoce a su verdugo, el obrero al empresario que lo putea, el inocente al que lo somete a su ingeniería social, el ciudadano al que lo desactiva para que no piense, no sienta y únicamente obedezca, el adolescente al que lo ha mudado en títere a través de las redes sociales, el esclavo al amo que lo ha encadenado de manera imperceptible, el…
El Halloween moderno lo protagonizan, actualmente, hombres bajitos del Norte que juegan con misiles, psicópatas no reconocidos que redibujan mapas a golpe de sangre y fuego, ineptos que lanzan al espacio muestras de sus incapacidades y sueños de grandeza, etc…
Halloween ya no es día 31 de Octubre. Es hoy. Y -temes- será mañana y pasado y… ¡Eso es lo que, verdaderamente, te aterra!