Cuando alguien marcha a contrapelo de las críticas que recibe o de los problemas que se le acumulan suele recurrirse a la célebre frase atribuida a Don Quijote de la Mancha: «Ladran Sancho, señal que cabalgamos». Se trata de una interpretación optimista de la circunstancia puntual que en muchos casos resulta la contraria sin que el protagonista quiera admitirlo.
A ella, a esa célebre sentencia popularizada por el ingenioso hidalgo, que en algún momento todos hemos utilizado, parece aferrarse el expresidente del Govern, José Ramón Bauzá, que lo fuera entre 2011 y 2015 en una legislatura especialmente agitada.
La polémica, alimentada por sus controvertidas decisiones coronadas con el decreto del Tratamiento Integral de Lenguas (TIL), acompañó su mandato hasta provocar un auténtico desastre para el Partido Popular en las elecciones siguientes, del que todavía no se ha repuesto.
Denostado por sus compañeros de formación que antes aplaudían su pose sobrada de egocentrismo y acusaciones de escaso diálogo, Bauzá acabó cambiando de caballo y Albert Rivera le abrió las puertas de Ciudadanos.
A lomos del partido anaranjado se buscó acomodo en el Parlamento europeo con el generoso sueldo correspondiente y cómodas atribuciones, donde, sin embargo, no ha pasado desapercibido, precisamente. Belicoso en twitter, el expresidente del Govern quedó en el ojo del huracán como cabeza visible de un grupo de amistad entre Qatar y la Unión Europea. Viajes de lujo poco claros a este y otros países árabes han contribuido a nuevos ecos negativos sobre el político balear. Esta semana Bauzá vuelve a ocupar negro sobre blanco y espacio relevante en los digitales al haber sido denunciado por un empleado de su oficina debido a un presunto caso de acoso laboral y maltrato psicológico, lo que ha supuesto la apertura de un expediente interno de la Eurocámara. Una nueva controversia del político mallorquín que puede descabalgarle definitivamente aunque los perros no dejen de ladrar.