La vida es correr, puede que ahora no lo entiendas, pero realmente la vida es correr. Es lanzarse valiente a dar esas primeras zancadas que se encadenan con mayor o menor destreza hasta conseguir 1KM, 2, 5, 10, 40, 100 o 185KM. Y qué bien sienta correr, independientemente de la distancia que logres. La vida es correr, ¿recuerdas?
Permíteme, hazme un favor y cierra los ojos. Ciérralos tan fuerte que te permita viajar en el tiempo. Ciérralos con tanta ilusión que te veas a ti mismo, a ti misma, cuando eras pequeño y la vida solo era correr. Quedar con los amigos, bajar a la calle y convertir cualquier pachanga con un balón de por medio en la gran final del mejor torneo posible. ¿Recuerdas? ¡Cómo corríamos por ganar y alzar esa copa! O cómo luchábamos al sprint más asfixiante que recuerdas para colgarnos esa medalla que veías en una televisión que hoy no reconocerías en un país lejano. La vida era correr con la ilusión por bandera y la convicción de que un día haríamos algo grande. Insisto, ¿recuerdas?
Pero algo pasó, las cosas se torcieron y se complicaron y, mientras seguías corriendo, los objetivos cambiaban. Corríamos por no llegar tarde al trabajo, corríamos por no perder el avión, por entregar esa tarea a ese jefe, ese cliente o ese profesor más insoportable que fallar un penalti en una de esas pachangas. No dejamos de correr pero empezamos a no ser felices corriendo. Y el correr, que de pequeño nos había dado tantas alegrías, se convirtió en la herramienta imprescindible para solventar cualquier escollo. Le cogimos tirria al correr y le pillamos manía a llegar tarde.
Porque sí, en algún momento todo se descontroló y corríamos con un objetivo temporal pero sobre todo con la ambición de llegar a tiempo. El tiempo, maldito desgraciado que fluye, corre, galopa incontrolable como un potro salvaje libre e ingobernable por Camí de Cavalls y nos recuerda que solo estamos de paso.
Me encantaría que cuando hayas abierto los ojos de nuevo siguieras siendo ese niño o esa niña que era feliz corriendo y que aquí y hoy disfrutaras de esta carrera como entonces. Y déjate de contar kilómetros, horas y minutos. Si crees que algo de eso te pertenece, adelante, ve, dalo todo y encuentra lo que buscas.
Y si no, corre como aquel niño, que la distancia se mida en el número de veces que te lata el corazón de felicidad, y el tiempo se mida en el número de sonrisas, de lágrimas y de abrazos que están por llegar.