Imaginemos que para armar un guion cinematográfico inventamos una familia numerosa aparentemente bien avenida. El padre sería el típico sujeto que promete pagarles a todos unas vacaciones en las Maldivas. La madre (si la hubiéramos de creer) costearía de su bolsillo los billetes de avión en primera clase. Qué contentos se sienten todos. La madre, por cierto, le pone en secreto (en esta ficción) los cuernos al macho alfa. Todos lo sospechan pero se hacen los suecos. El padre se gasta en sexo de pago y marisco (todos lo imaginan) una ingente cantidad de dinero. Para financiarlo solía pedir prestado a diestra y siniestra. Rara vez conseguía devolverlo. Hacía favores a los amos para que los prestamistas, temerosos de la reacción de los poderosos, no se atrevieran a reclamar la deuda. Unos progenitores penosos, vamos.
Los hermanos eran suficientemente embusteros también. Prometían cuidar de sus padres cuando estos fueran ancianos, aunque todos sospechaban que para entonces estarían en la ruina, y aún en el caso de que conservaran algo de plata la usarían para metérsela por la nariz los unos y las unas, para jugar a la ruleta los otros y las otras (de «les otres» no se tenía pronóstico fiable) o la emplearían en adquirir objetos de lujo para aparentar belleza en Instagram y recibir likes. Una panda de pendejos por así decir. De los primos y primas mejor ni hablemos; capaces eran de cualquier cosa por medrar. Cuñados charlatanes no faltaban. La madrina planchar, planchaba, pero se llevaba mal con la nuera y era fantasiosa en exceso. Como remate, la abuela fumaba (y mucho). En resumen: en dicho entorno no te podías fiar ni de tu sombra. Por supuesto solo fue a las Maldivas el padre con una cupletista, con el crédito recaudado a base de promesas incumplidas. Y por descontado los billetes de primera se cambiaron por ropa de diseño. Etc.
A pesar de estas circunstancias tan chuscas, en las reuniones familiares se hablaba sólo de golf y fútbol. Parecía así que todo marchaba sobre ruedas.
Como guion cinematográfico puede dar su juego. Como proyecto de convivencia parece quizá poco sólido.
Dejando a un lado la ficción cinematográfica tan sospechosamente familiar confieso mi vergüenza de pertenecer a un país donde el grueso del pelotón no reacciona a abusos y tomaduras de pelo monumentales. Un simple vistazo a la hemeroteca pone en evidencia como todos los líderes de los partidos sin excepción cambian de discurso con la facilidad que la mariposa cambia de rumbo. Y la gente, esto es lo más alucinante, les sigue votando y defendiendo. No solo eso; individuos de no poco nivel intelectual, rehenes de su militancia ideológica se ven impelidos absurdamente a defender lo indefendible, a comulgar con ruedas de molino: mueven la colita.
Como la rana en la cazuela que se va calentando, la familia «progresista» (y conste que pienso que los azul verdoso hacen lo mismo cuando les toca el turno) va aceptando de buen grado el aumento de temperatura. Llegará el momento en que Don Pedro (el señorito) cambiará la interpretación de la ley de manera que sea perfectamente legal que nos sodomice a domicilio. Estoy convencido que sus adeptos encontrarían también argumentos que justifiquen tal cambio: Los romanos sodomizaban con naturalidad, el Pisuerga pasa por Valladolid, que viene el coco etc.
Lamentablemente no solo la ciudadanía, también los medios de comunicación («El Pais», sin ir más lejos, antaño periódico serio de referencia, hoy día mamporrero patético, cuando no taparrabos del gobierno) justifican, haciendo piruetas circenses, sucias maniobras que claramente buscan la permanencia de unos privilegiados en sus butacas de primera clase a costa de derrumbar los cimientos de una sociedad (esto no lo digo yo, se lo he oído decir a Felipe González, a quien los paladines de la libertad piden, por cierto, que se calle).
Yo resumiría sin temor a exagerar que todo lo que está pasando últimamente en el entorno político del país en el que pago impuestos (no es magia), es política basura XL.
Y los barones socialistas piando ahora que ya no tiene remedio, manda huevos.
Qué pena.