Si nos preguntan por la mayor celebridad actual nacida en Menorca, probablemente entraremos en colisión entre el ámbito de acción y su trascendencia, pero será imposible obviar a Sergio Llull.
Desde el doctor Mateu Orfila, padre de la toxicología científica, pasando por el mecenazgo del farmacéutico Fernando Rubió o el mismo barítono, Joan Pons, entre decenas de personajes con origen en Menorca, ha vuelto a emerger la figura del baloncestista mahonés.
Sí, se trata de un deportista profesional como muchos otros pero nadie ha sido capaz de alcanzar una relevancia exclusiva que descansa en registros ahora mismo inalcanzables. Esta semana se ha convertido en el jugador del Real Madrid que más partidos ha disputado en su historia con 1.047 presencias en las que ha sumado 26 títulos y numerosas distinciones personales como mejor jugador, tanto en competiciones nacionales como europeas. Lo ha hecho en un club, considerado el mejor del planeta por su excelso palmarés, un dato que no debe ser minimizado porque son 16 años en una entidad por la que pasan parte de los mejores jugadores españoles, europeos y de los americanos que llegan al viejo continente.
Encarna Llull la imagen de la disciplina y la constancia como método más eficaz para el triunfo, características que definen a otros contemporáneos ilustres del tipo Pau Gasol o Rafa Nadal.
La personalidad complementa el talento y la energía que marcan su juego adaptado al paso de los años y a una gravísima lesión que menguó su explosividad pero no pudo con su coraje. Le quedan ya pocos años en activo pero tiene garantizada su continuidad en el club en la función que él decida.
Llull no es científico, ni filólogo, ni un médico descubridor de una fórmula magistral, es un jugador de baloncesto capaz de transformar su esfuerzo en felicidad para millones de personas. Esa realidad llega a una dimensión mayúscula que merece toda clase de reconocimiento porque Sergio Llull es menorquín.