Hay creyentes en diversos ámbitos. Uno muy relevante es el religioso. Todo mi respeto, por supuesto, para quienes entran en esta categoría. De hecho los considero afortunados por tener certidumbres tranquilizadoras de las que no goza el agnóstico o el ateo. Por poner un pero a las religiones señalaría que las guerras declaradas entre partidarios de distintas confesiones (católicos, protestantes, judíos, chiitas, sunitas, hinduistas, budistas …) que vienen costando millones de vidas, se producen con mayor frecuencia que aquellas desatadas por ateos contra creyentes, quienes -exceptuando los regímenes comunistas- suelen abstenerse de tocar las narices a aquellos bendecidos por alguna fe.
Otro ecosistema en el que se pueden encontrar creyentes (quizás más entusiastas incluso) es en el ámbito político. El creyente político comparte con el religioso la herramienta de la fe, y por tanto no precisa reconocer racionalidad (ni siquiera verosimilitud) en el líder amado. Le idolatra y punto. Añadamos que la pertenencia al clan o rito político elegido le ayuda a encontrar consuelo ante las incongruencias con las que ha de comulgar, que ni son pocas ni triviales.
Lamentándolo mucho traigo, para los creyentes políticos, una mala noticia:
El día 6 de Enero, coincidiendo con la festividad de Reyes, la deuda española ascendía a 1.599.946.764.806 pavos, de manera que tocamos a 33.601€ por barba. Pero estas cifras ya están obsoletas, pues la deuda crece a un ritmillo frenético, esto es,150.000 € por minuto. Haga sus cálculos a ver cuánto debe su familia el día en que lea estas líneas.
El creyente ideológico pensará que su amado líder, rojo, verde, rosa, azul, morado o multicolor está preocupado por este marronazo deudor. Le tengo que dar otra mala noticia: se la sopla. El amado líder, ese al que usted vota y adora y a quien quizás vaya a aplaudir en los mítines, ingresa no menos de cinco mil pavos al mes (en muchísimos casos significativamente más) y lo que le preocupa es que no decaiga el pesebre premium del que goza (cuando no trepar un escaloncito en la pirámide). Si para ello ha de gastar mucho dinero (no el suyo, mejor el público, que no es de nadie) no dudará en cargar sobre las generaciones venideras una deuda astronómica. Quién venga detrás que baile.
Una idea caritativa sería que quienes gozan de creencias religiosas y políticas a un tiempo, eleven una oración a su Dios (celestial) para que perdone a su ídolo (terrenal) por los engaños (cambios de opinión si lo prefieren) que haya perpetrado durante su carrera política. Y en esto no nos confundamos, pues aunque Pedro (no aquel que negó tres veces; el otro, el señorito, el que negó bastante más de trescientas) es sin duda el campeón en la disciplina, tenemos documentados también engaños (cambios de opinión, perdón) en las montañas lejanas, en las bajadas de impuestos prometidas que mutaron a subidas, en los «sé fuerte, Luis», en los sobres, en lo «de entrada no», en los brotes verdes… una lista interminable de maniobras trileras que a pesar del descaro creciente con el que se practican no producen en los feligreses una crisis de fe, al contrario, estimulan la adoración de cada cual a su amado líder (los líderes adorados por «los otros» son peores, ya se sabe, y eso justifica sobradamente mantener prietas las filas con arrobo).
Una oración especial merece el pobre Patxi, quien en su titánica empresa de hacer pedagogía de tirabuzón ha acumulado en el tracto intestinal tal cantidad de ruedas de molino (avería que a su vez cursa con una bajada alarmante en los niveles de dignidad) que no acierta la ciencia a explicar cómo puede conciliar el sueño (y mucho menos atender ruedas de prensa sin desmoronarse moralmente y romper a llorar presa de la vergüenza).
Sugiero humildemente otra plegaria colectiva dedicada a aquellos medios de comunicación convertidos en alegres practicantes de la prostitución (aunque no carnal, si bastante proteica), pues seguramente constará como pecado el tunear a sabiendas la verdad a cambio de pasta.
Benditos sean (by the way) los flamantes progresistas Puigdemonicos.
Oremus.