No lo sabes a ciencia cierta; pero de repente un día te das cuenta de lo sola que estás; que pareces transparente; que no tienes objetivos. Tus hermanos se han ido, al igual que tus padres hace años. La mayoría de tus amistades o se han muerto, o ya no se enteran de nada, porque las enfermedades mentales han anidado en sus frágiles cuerpos. Tus hijos, si los has tenido, viven su vida, con rupturas y desamores; con sus propios problemas. Y tú, después de toda una vida dedicada a los demás, te sientes sola, tremendamente sola... y a esa edad te hace falta un poco de compañía; alguien a quien contar tus «cuitas y sinsabores». Alguien como ese marido que también se fue, o... que tal vez está, pero con su cabeza ausente, o con un cuerpo maltrecho que no le permite seguir tu ritmo. Un compañero/a de vida, que te sepa escuchar y apoyar, que te sepa entender con su infinita paciencia. Pero te sientes sola, hay que admitirlo. Tus vecinas han cambiado, esas son jóvenes y te ignoran. Tienen su vida.
Cada día buscas en el periódico las esquelas, por ver quién ha muerto... cada vez te quedan menos conocidos/as... hasta tus exparejas se han muerto... y tú sigues ahí. Contemplando la vida de los demás, porque la tuya se ha vuelto light, como los yogures, y no te gusta. Poca gente te saluda por la calle, la gente mayor sale poco... y los jóvenes no te conocen, no saben que tú en otros tiempos sí eras alguien. Una persona activa a la que le gustaba escribir, que se relacionaba fácilmente. Que trabajaba y luchaba por salir adelante, como todo el mundo. Es como si al jubilarte pasaras a ser un mero número para la Seguridad Social, sin personalidad ninguna.
Nadie sabe que a pesar de mis años, todavía siento y padezco, que mis neuronas aún se asoman de vez en cuando para darle un poco de vidilla a mi intelecto... Que mi cuerpo sigue en forma, porque así procuro mantenerlo siempre. Me da miedo olvidarme de las cosas importantes que viví, pero a veces hasta me da pereza escribir.
Por suerte, existen los Clubs de Jubilados, donde podemos juntarnos con otros/as mortales, que como tú buscan asilo para sus cuerpos devastados; creando juntos una especie de felicidad temporal... y un tanto artificial, tratando de ahuyentar la soledad, al menos por unas horas. Son como una especie de refugio para «dinosaurios».
Bromas aparte, porque hasta a la tristeza hay que sacarle un punto de humor; menos mal que existen los clubs, donde sociabilizar, puedes desarrollar alguna afición, hacer excursiones, talleres o seguir bailando con otras mujeres, recordando cuando lo hacías en brazos de tu pareja.