Este, aunque no lo parezca, es un artículo de humor. La próxima semana celebraremos San Valentín. Imagino que, incluso los políticos se enamoran. Quizás se digan unos a otros los versos de Gustavo Adolfo Bécquer: «¿Qué es poesía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía... eres tú». Ahora cambien la palabra poesía por terrorismo y lean de nuevo el texto poniendo boquita de piñón.
La mejor forma que se me ocurre de hablar sobre las acusaciones de terrorismo para bloquear la ley de amnistía es hacerlo con ironía y (mal) humor. Algunos jueces, siempre tan serios, cuando se critica sus decisiones se rasgan las vestiduras, mientras se prestan a ser instrumentos de la política o a condicionarla en una curiosa misión de prevención legislativa. Cada vez parece más difícil que la honestidad profesional de la judicatura evite su politización. Las salas y los organismos judiciales han sustituido el papel del Congreso. Hoy la cancha donde se disputan los grandes torneos es el ámbito judicial. Ahí juegan los jueces conservadores contra los progresistas, jaleados por los distintos partidos. Mientras el público de pago observa astorado la demolición del tercer poder.
Imagino que los pobres agricultores corren el riesgo de ser también acusados de terrorismo, por bloquear carreteras y colapsar una de las arterias de Barcelona. Solo falta que un conductor retenido por las protestas tenga un infarto y la liamos gorda. O a lo mejor es que la acusación solo está en función de las ideas que defienden los presuntos y no de los hechos objetivos ni de las leyes, que se retuercen con dolor.
Por suerte, en España, hoy, el terrorismo se estudia en las clases de historia. ¿Cómo vamos a explicar a los estudiantes lo que es el terrorismo sin adoctrinarlos? O a lo mejor lo que queremos es que cuando sean políticos, jueces, periodistas, agricultores, hoteleros, lleven colgada la etiqueta de rojo o azul. Esto es el Grand Prix y no tiene ninguna gracia.