La mitología griega posee no solo una enorme belleza literaria sino también una multitud de aleccionadores mensajes éticos que siguen siendo plenamente válidos en la actualidad. El mito de Pandora, por ejemplo, describe poéticamente, el origen del Mal en el mundo y la pasividad que, ante él, mostráis por lo general los seres humanos. Para muchos adolescentes a los que se les priva de una educación verdadera, Pandora será -¡joder con el consumismo!- una joya a comprar en cómodos plazos… Una inoperancia, padres, que se justifica con un simple y tranquilizador «yo no puedo hacer nada al respecto»… La historia a la que te refieres es harto conocida: Pandora, una mujer curiosa, abre la caja que le había sido dada por los dioses y que contenía todos los males del mundo, liberando así infinidad de desgracias que, a partir de ese momento, aquejarán a la Tierra sin piedad… No obstante, tras las miserias amnistiadas, salió una última criatura, pequeña, muy pequeña y benévola: la esperanza. De ahí procede tal vez la expresión «la esperanza es lo último que queda».
Cada día te levantas y sales a la calle. Ves a gentes maleducadas, enfadadas… ¿Qué os/les está pasando? –les preguntarías-. Quizás a esas gentes nadie les habló de esperanza… Ni, consecuentemente, a sus hijos… Al final, esa pequeña criatura es lo que os levanta… No deberíais educar a vuestros hijos –iteras el término- en una Inteligencia Artificial, sino en una Inteligencia Emocional, la que les permita no elaborar un texto perfecto, pero sí aquel en el que anide, simplemente, un sentimiento…
Diariamente mueren infinidad de personas a causa del hambre, de la desnutrición, de las guerras, del hombre, en definitiva. Y ante esa realidad innegable os cruzáis de brazos. Dejáis a esa benigna criatura, la esperanza, sola. No la alimentáis. No la cuidáis. En el peor de los casos, incluso, la negáis. Es evidente que el reparto equitativo de la riqueza, la eliminación de la industria armamentística, la abolición de la pena de muerte, las guerras que no cesan, las desigualdades sociales, el cuidado de la Naturaleza, la justicia son acciones que únicamente pueden emprenderse desde grandes superestructuras y que éstas, hasta el momento, no han estado –ni estarán, temes- por la labor. Pero es igualmente verdadero que algo sí puede hacerse, personal y diariamente, para poner un poco de orden en este maloliente patio de vecindad. Usted. Habladle a vuestros hijos de esa última criatura, la esperanza, y que se aferren a ella. De ellos depende un mundo en equidad. Una primera opción sería averiguar las causas de tanto despropósito. Puede parecer una tarea difícil. Y, sin embargo, no lo es. Un profesor de historia os comentó un día en clase, a principios de curso, que daría un largo rodeo para llegar al punto de salida: «Cualquier hecho histórico tiene su raíz en el dinero y en la soberbia» ¿Les suena?
«Aunque eso vendrá disfrazado de grandes palabras altisonantes: Patria, Dios, Libertad. ¿Patria?¿Dios?¿Libertad?» – continuó-. Cash…
Los males, sí, se esparcieron por el mundo. Y por ahí andan, engordando. Tal vez haya llegado la hora de acurrucarse junto a la última de las criaturas, y, motivados por ella, pasar a la acción. ¿Cómo? Denunciando injusticias, dejando de criticar y calumniar, tirando por el retrete ese racismo que negáis pero que ejercéis, mandando al carajo vuestros prejuicios, siendo solidarios, pagando salarios justos, exigiendo a los políticos que cumplan con la palabra dada, dando compañía a quien carece de ella, apuntándose a una ONG, no viendo en el opositor a un enemigo, cuidando el lenguaje, iniciando el día con empatía, etc. Los males –lo sabes- no regresarán a la caja. No está en vuestra mano. No sois Putin, ni Biden… Pero, tal vez, si sumarais esfuerzos que sí podéis hacer, no únicamente mimaríais a la última criatura, sino que atenuaríais el poder demoledor que tiene el hombre cuando deja de poner su libertad al servicio de su conciencia… Avanti!