Y si la premura no fuese necesaria? La rapidez es una constante en la vida actual, pero ¿es importante para nuestro vivir? En este momento de mi vida, más me apetece andar con calma que hacerlo con agobio. El «homo» ha recibido muchos calificativos a lo largo del tiempo: erectus, habilis, nominans, sapiens, ludens, emoticus y el último es la de homo celer, aludiendo a la celeridad con la que el hombre está viviendo.
«Es tiempo de caminar», dijo Santa Teresa en su lecho de muerte. No renuncio a esta consigna, pero la complemento con esa otra: «Es tiempo de decelerar», tiempo del «lujo del vivir despacio» del verso de Aleixandre. No sabemos no movernos y en cuanto nos visita la quietud nos inquietamos en seguida. Las horas que dedicamos al sueño nos parecen un desperdicio porque nos obligan a detenernos. Tengo para mí que el tirano actual es el movimiento continuo. Si no hacemos muchas cosas nos aburrimos y si las hacemos, nos estresamos.
En mi aparato de música hay varios iconos: play, pause, stop, el del rápido avanzar y el del rápido retroceder. Al menos hasta el día de Pascua me niego a apretar ningún acelerador. Antes, en Cuaresma, me prohibía comer carne, este año me obligo a apretar pausa. Parecerá osadía, pero intuyo que hay vida más allá de la prisa.