Hace unos días una de las grandes cadenas de supermercados españoles anunciaba primas estupendas para sus empleados, tras cerrar un ejercicio 2023 espléndido. La idea de agradecer a sus obreros el esfuerzo con esta paga extra es excelente, pero nos lleva a hacernos algunas preguntas incómodas. Con un IPC desbocado, especialmente en el sector de la alimentación, y una sociedad ahogada por ese mismo motivo, sobre todo entre pensionistas, desempleados y jóvenes, la abundancia de beneficios ¿no debería llevar a esa cadena y a cualquier otra a bajar los precios? Así no solo sus propios trabajadores se verían aliviados, sino todos sus clientes.
Ayer se propagaba la noticia de que la multinacional sueca Ikea ha registrado unos beneficios récord en el mercado español y por eso ha decidido bajar precios. Bueno, alguien que ve las cosas con cierta perspectiva. Ya sé que son empresas privadas y que su máxima ambición es ganar dinero, cuanto más mejor. Pero también son tiendas que dependen de la afluencia de sus clientes y ¿qué mejor forma de cuidarlos que tener en cuenta sus circunstancias? El mundo entero padece subidas de precios asfixiantes desde que comenzó la guerra ucraniana y España las sufre de forma especial, porque nuestra economía es débil y los salarios dan para lo que dan. Por algo somos el líder de pobreza infantil del continente. Triste.
Los precios suben por mil motivos, pero uno de ellos es la codicia de quienes tienen la prerrogativa de poner la etiqueta en cada producto, lo mismo para un kilo de tomates que para un piso en alquiler. Por eso estamos así, por mucho que presuman en las altas esferas de que jugamos en la Champions y no sé cuántas tonterías más. Que bajen un poco a la calle.