Más allá de la cantidad de años que le han caído a Alves o, supuestamente, le podían caer, llama la atención que tras una sentencia se siga poniendo en tela de juicio la declaración de una víctima de violación. Más cuando esos mismos escépticos no opinarían igual si el agresor fuera un zarrapastroso indigente y no un futbolista de renombre que perteneció a uno de los clubes más grandes del mundo. Lamentablemente, la perspectiva cambia debido a estos factores. Se considera que un tipo como Alves no necesita agredir sexualmente porque teóricamente tiene a las mujeres que quiere (pensamiento que cosifica a la mujer desde un inicio) sin pensar que precisamente un tipo así, acostumbrando a hacer lo que desee, puede que no quiera eso, aburrido de su misma condición de estrella del deporte. Hay que tener en cuenta que si la víctima no hubiera tenido a su favor una serie de vídeos y testigos amén del ADN del agresor, no hubiera podido hacer nada.
Justificar al agresor con que ella sólo quiere dinero porque en la sentencia se refleja que ha de ser indemnizada con 150.000 euros es ser poco empáticos y situarse siempre al lado del más fuerte. Un individuo al que se le ha aplicado un atenuante simple por su teórica voluntad de reparar el daño al haber ofrecido esa cantidad a la víctima con independencia del resultado del juicio. Y es simple porque el patrimonio de Alves es muy elevado con respecto a esos 150.000 euros. Vamos, que para el ciudadano de a pie es como perder 15 euros. Y si el agresor ofrecía esa cantidad antes de la sentencia da a pensar que, pese a su consumo de alcohol, era consciente de lo que había hecho. Algo no precisamente consentido. Porque el no a mantener relaciones sexuales puede surgir en cualquier instante y nadie se puede oponer a esa decisión por mucha fama que se tenga y por muchos prolegómenos que hayan existido.