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Incompetencia: arbitrariedad y corrupción

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Siempre me alegra comprobar como jóvenes generaciones militares se adentran en el análisis de    problemas actuales. El Ejército no es «la grand muette» francesa de los años treinta, pero sí el «gran callado» del momento, viendo como desfilan ante él, formaciones de corruptos, inmorales, mentirosos, perjuros, incluso enfermos mentales, que desacreditan instituciones, retan la unidad de España. Busque el lector entre los 3.000 efectivos desplegados por las Fuerzas Armadas por medio mundo, formaciones, dotaciones o simples destacamentos, con estas «virtudes». Permanecen callados. No obstante, piensan. Si hay algo que personalmente me ha dolido en la asquerosa trama de las mascarillas, es que hayan arrastrado a un Guardia Civil, el que -caso de sentenciarse- solo tiene una salida, si quiere dar respuesta al código de honor de su Cuerpo. Todos los demás no me sorprenden. ¿Saben lo que es honor?

Gonzalo Adán acaba de publicar un estudio sobre la «Psicología de la Incompetencia Política»1 analizando el problema desde la ética clásica a las modernas neurociencias. Oficial Superior (R) del Cuerpo de Psicología Militar, es profesor de la Universidad de las Islas Baleares. Tras años de experiencia en trabajos clínicos, docentes y demoscópicos, desarrolla la hipótesis de que detrás de la ineptitud de algunos políticos, no hay sino aspectos neuropsicológicos que es posible detectar con cierta anticipación, como lo hacen colectivos médicos, policiales o el propio ejército. El libro es un alegato a la urgente necesidad de «cribar» a los candidatos políticos, antes de entregarles poderes y responsabilidades. Cita expresamente: «existen personas con ciertos tipos de personalidad que encuentran en la política un sistema de refuerzos y recompensas muy potente relacionado con el uso del poder y los privilegios que ello comporta: fama, influencia, red de favores, puertas giratorias y placeres materiales, que les atrapan como si de una droga se tratara». La resistencia a abandonarlos es enorme, incluso cuando se denuncian ellos mismos, por la ostentación- los Ferrari y relojes de alta gama al frente- la vida nocturna, la búsqueda de la juventud en sus nuevas parejas. Necesariamente, vendrá la consiguiente corrupción para sostenerlo todo.

No cae Adán en la generalización. Precisamente dedica el libro a «unos políticos honestos, justos, eficientes, sensatos y equilibrados, que, aunque no lo parezca, son mayoría».

En forma de capítulos breves, bien articulados, apoyados en amplias referencias históricas, se adentra en la Grecia clásica y en aquellos primeros intentos por acotar la incompetencia y en la Roma de las extravagancias, los excesos y locuras. Se centra en la ética política superior de Platón2. En ello coincide con el filósofo británico Alfred Whitehead: «toda la filosofía europea no es sino una serie de pies de página» de las obras del pensador ateniense en las que ya hablaba de sobornos, codicia, corrupción y tráfico de influencias.

Lógicamente se detiene en el hiperrealismo de Maquiavelo a caballo entre la inmoralidad de aquella Iglesia y la Reforma propugnada por Lutero. Tilda de nefasto el siglo XIX y de vergonzoso el XX, analizando extensamente los caracteres psicológicos de Hitler y Stalin.

Centrándose en España coloca a los partidos en el epicentro del problema, analizando las manipulaciones históricas y el fenómeno del sistemático incumplimiento electoral como norma. Se adentra en la valoración que hace la sociedad de sus líderes políticos y de los partidos a los que sirven, que prácticamente nunca alcanzan el aprobado. Ciertamente señala que no es solo un problema nacional. En una encuesta internacional, solo los políticos de la Confederación Helvética salvaban el aprobado3.

Tras analizar la incompetencia como actitud, -¿sus cambios generan cambios en los valores?- como rasgo de personalidad -autoritaria, dogmática, agresiva, impulsiva- o como trastorno clínico de la personalidad    -histriónicos, narcisistas, antisociales- apela a la necesidad de crear una doctrina unificadoras sobre comportamientos, el síndrome de Hybris de los helenos, recuperado por los psiquiatras David Oweny y Jonathan Davison analizando «el exceso, la desmesura o soberbia de quien alcanzaba la gloria y se comportaba como un dios, de forma impulsiva, sin respetar los espacios de libertad ajenos».

Concluye con dos propuestas que desarrolla y justifica: faltan visiones científicas sobre los modelos de incompetencia, a la vez que propone que los políticos deberían pasar por un proceso de selección similar al de los funcionarios.

Tengo claro, que la incompetencia lleva a la arbitrariedad -quizás más nociva incluso que la desigualdad y la insolidaridad- y consecuentemente a la corrupción.

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