Sin las dosis adecuadas, y crecientes, de ambigüedad lingüística, apoyadas por vaguedades y sobreentendidos, no hay forma de que nada funcione. No hay manera de ponerse de acuerdo, y todas las palabras y discursos se convierten en aullidos. La gente no se habla, se aúlla. Imposible negociar cosa alguna, ni siquiera un breve romance primaveral, mucho menos acuerdos políticos y leyes. El lenguaje humano, probablemente como fruto de la evolución a fin de evitar que nos matemos unos a otros por un quítame allá esas pajas, ya es de por sí muy ambiguo, confuso, lleno de ambigüedades léxicas, sintácticas y semánticas, con palabras y oraciones susceptibles de varias interpretaciones y significados, así como dobles sentidos, y hacerlo más ambiguo aún es la tarea de literatos, filósofos y legisladores. Y dirigentes políticos, claro está. Porque cualquier cosa que se entienda a la primera, y no admita interpretaciones diversas, crea graves conflictos y reduce el idioma a aullidos salvajes. O ambiguos o aulladores, no hay otra alternativa.
A estas alturas, casi nadie entiende todavía la ley de amnistía por fin aprobada, y eso es una suerte, porque significa que está bien redactada, y gracias a sus vaguedades, inconcreciones y ambigüedades admite toda clase de interpretaciones a cual más imaginativa, como el reglamento del fútbol, lo que permite creer a todos los grupos que han ganado. Los que solo interpretan una cosa, y la tienen clara, son los que aúllan. Las relaciones humanas, y no digamos la política, exigen dosis crecientes de indefinición, pues la mente se habitúa y ya no le hacen efecto. No cuela. Y esta ley, como el propio Código Penal, exige una cantidad de precisiones que, si por separado precisan, en conjunto elevan a la estratosfera su ambigüedad estructural. De ahí los aullidos circundantes, que es en lo que deviene la política sin ambigüedades. Por eso tenemos en el presente tantos dirigentes aulladores.
Este párrafo que he titulado «Ambiguos o aulladores», es en realidad una reducción y actualización del famoso libro «Apocalípticos e integrados» de Umberto Eco, sobre semiología, cultura popular y comunicación. ¡Un párrafo con bibliografía! Si algún acierto tiene, es suyo. Ahora los apocalípticos aúllan, los integrados admiten diversas interpretaciones.